Genio, Creatividad y Aura: El Legado de Benjamin en la Era Digital
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Reproductibilidad técnica. AI art |
Introducción
Cuando Walter Benjamin escribió su ensayo La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica en 1935, el cine y la fotografía ya habían desestabilizado nociones tradicionales sobre originalidad, creatividad y autoridad estética. Su tesis central —que la reproducción técnica disolvía el “aura” de la obra de arte— señalaba una profunda transformación en la manera en que el arte era producido y percibido. Hoy, casi un siglo después, el auge de la inteligencia artificial y de la creatividad algorítmica nos obliga a revisar nuevamente estas categorías. Conceptos como “genio”, “autenticidad” o “valor eterno”, que parecían estables en épocas anteriores, vuelven a mostrarse frágiles. Al igual que los signos en el sistema lingüístico saussureano, estos conceptos adquieren significado solo en relación mutua y dentro de las condiciones materiales que estructuran la existencia del arte. Este artículo sigue la evolución de estas nociones en tres etapas: antes de Benjamin, durante la era de la reproducción técnica y en nuestra actual época de generación algorítmica.
Antes de Benjamin: Permanencia y Ritual
En los siglos previos a los avances tecnológicos de la fotografía y el cine, las categorías artísticas estaban definidas por la estabilidad material. La piedra, el pigmento, el pergamino o el papel impreso aseguraban que las obras existieran como objetos singulares y perdurables. Dentro de este marco, la “creatividad” solía entenderse como un chispazo divino o un don trascendental. La tradición romántica exaltó al artista como médium de una inspiración superior. Immanuel Kant (1790/2003) definió el genio como “el talento (don natural) que da la regla al arte” (p. 186), subrayando la originalidad como clave del valor estético.
La unicidad y la autenticidad estaban ligadas al aquí y ahora del objeto. Un retablo o una pintura renacentista imponían respeto no solo por su iconografía, sino por su presencia irrepetible en contextos rituales. El misterio del arte derivaba de su distancia, de su resistencia a la apropiación total, de su aura de trascendencia. Como observó más tarde Benjamin, tales nociones de creatividad, valor eterno y misterio pertenecían a un mundo donde el arte estaba anclado a la tradición y al culto (Benjamin, 2003).
En este periodo, el sistema de signos del arte giraba en torno a la permanencia, la escasez y el ritual. El aura aún no había sido nombrada como tal, pero se experimentaba en el sentido de distancia y reverencia que marcaba la relación del espectador con lo sagrado o lo sublime.
El diagnóstico de Benjamin: la reproducción mecánica
En 1935, la proliferación de la fotografía, el cine y la fonografía alteró la propia ontología del arte. Para Benjamin, la reproducción mecánica cortaba el lazo entre obra y tradición, sustituyendo la presencia singular por copias infinitas. “Lo que con el aura se marchita es el aquí y ahora de la obra de arte” (Benjamin, 2003, p. 43). La autoridad del objeto único se vio socavada cuando su imagen podía multiplicarse y difundirse entre las masas.
Esta transformación reordenó la constelación de conceptos. La creatividad se volvió técnica y colaborativa: el montaje de una película o la producción de un noticiario no podían reducirse a un único genio individual. La propia noción de genio, central para la estética romántica, perdió terreno frente a los mecanismos colectivos del estudio. El valor eterno cedió ante la contingencia histórica, mientras que el misterio se disipaba bajo la lente de la reproducibilidad.
Benjamin también destacó el paso del valor de culto al valor de exhibición. Las obras dejaron de estar insertas principalmente en rituales y fueron creadas para circular, mostrarse y ser consumidas masivamente. La percepción misma se reorganizó: el cine demandaba distracción en lugar de contemplación, atención colectiva en vez de solitaria. Los efectos de choque, el montaje rápido y los primeros planos reestructuraron la experiencia sensorial.
En la esfera política, estos cambios podían servir a fines progresistas o reaccionarios. El fascismo buscaba estetizar la política, mientras que el comunismo, en la visión de Benjamin, aspiraba a politizar el arte. Categorías como aura, autenticidad o unicidad dejaron de ser absolutos metafísicos para convertirse en términos situados históricamente, cuyo significado variaba con la tecnología de reproducción.
Hoy: Reproducción algorítmica e IA
Nuestro presente atraviesa otra ruptura. Si Benjamin analizó las consecuencias de la reproducción mecánica, nosotros enfrentamos las de la generación algorítmica. El arte digital, el diseño generativo y las imágenes o textos producidos por IA desestabilizan las categorías en nuevas direcciones.
La creatividad se distribuye cada vez más entre redes de humanos y máquinas. Lo que antes designaba un acto inspirado de un individuo singular ahora suele referirse a procesos de recombinación en vastos conjuntos de datos. De modo análogo, el genio se desplaza de la persona al sistema. Un modelo de lenguaje entrenado con millones de textos simula brillantez mediante patrones estadísticos, cuestionando el mito romántico del creador solitario.
La noción de valor eterno tropieza en una era marcada por la mutabilidad infinita. Las obras digitales son revisables sin límite, y los memes o salidas generativas proliferan sin identidad estable. En este flujo, la autenticidad se redefine mediante soluciones tecnológicas como la blockchain o los NFT, que intentan restituir la singularidad en un contexto inmaterial.
El misterio, lejos de desvanecerse, adopta otra forma. Ya no arraigado en lo sagrado, emerge en la opacidad de los procesos algorítmicos. La “caja negra” del aprendizaje automático se convierte en lugar de enigma, donde ni siquiera los propios creadores pueden explicar del todo los resultados. El aura quizá no desaparezca, sino que migre: puede adherirse a la procedencia, al contexto o a la experiencia vivida al interactuar con sistemas generativos.
La recepción también se ha reconfigurado. Donde Benjamin describía la distracción colectiva en el cine, hoy la atención está fragmentada e hiperindividualizada por los algoritmos de recomendación. Los motores de personalización curan la experiencia estética, produciendo no un público masivo, sino una multitud de microcomunidades paralelas. En este sentido, la IA no solo redefine las categorías del arte, sino las propias condiciones de la espectatorialidad.
Conclusión
Seguir estas nociones a través de tres etapas muestra cuán profundamente su significado depende de las condiciones materiales. En los contextos premodernos, la creatividad, el genio y la autenticidad estaban anclados en la permanencia, el ritual y la trascendencia. En la era de Benjamin, la reproducción mecánica disolvió estos valores, subrayando la reproductibilidad, la exhibición y la recepción masiva. Hoy, la revolución algorítmica lleva la transformación más allá: aura, misterio y unicidad no se extinguen, sino que se transponen a nuevos dominios de información, procedencia y opacidad técnica.
Como señaló Saussure respecto a los signos lingüísticos, estas categorías adquieren significado de manera relacional, no en aislamiento. El vocabulario de Benjamin no ofrece un léxico fijo, sino un sistema móvil desde el cual puede leerse la cambiante ontología del arte. Repensar estos conceptos a la luz de la IA nos invita a preguntar nuevamente qué significan creatividad, genio o aura cuando el arte ya no está ligado a la piedra, al pigmento o incluso a la reproducción mecánica, sino a los datos, los píxeles y el código.
Referencias
Benjamin, W. (2003). La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica (J. Aguirre, Trad.). En Discursos interrumpidos I (pp. 15–58). Taurus. (Trabajo original publicado en 1935).
Kant, I. (2003). Crítica del juicio (P. Oyarzún, Trad.). Fondo de Cultura Económica. (Trabajo original publicado en 1790).
Saussure, F. de. (2011). Curso de lingüística general (A. Alonso, Trad.). Losada. (Trabajo original publicado en 1916).
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