Luz y sombra: Apolo como defensa ante el abismo dionisíaco

Nocturno de Van Gogh: Visiones órficas. AI art

Introducción

En El nacimiento de la tragedia, Nietzsche propone una concepción estética y ontológica del arte que hunde sus raíces en la tensión entre dos principios míticos: Apolo, dios de la forma, la medida y la luz, y Dioniso, fuerza de embriaguez, caos y disolución de los límites individuales. Este esquema, que atraviesa toda su obra temprana, permite comprender la tragedia griega no como la expresión de una serenidad clásica, sino como una forma artística nacida del entrecruzamiento de una mirada al abismo y una necesidad de redención por la forma. En los §§5 y 9 de la obra, Nietzsche despliega dos imágenes complementarias que ilustran esta dinámica: la del poeta lírico tocado por Dioniso y Apolo, y la de las manchas luminosas que protegen el alma del horror primordial. Ambas articulan una misma tesis: la belleza apolínea es un mecanismo defensivo que protege al ser humano del caos dionisíaco.

El nacimiento de la lírica: Arquíloco entre Apolo y Dioniso

En el §5, Nietzsche introduce una imagen mitopoética clave: el origen de la poesía lírica como producto de un doble influjo. En lugar de concebir la lírica como una simple expresión del yo, Nietzsche sostiene que el poeta lírico es el intérprete de experiencias visionarias, como si en su interior hablara un dios. Así, «el artista lírico se identifica con el uno primordial, con su dolor y contradicción, y engendra, a la vez, la visión redentora, lo apolíneo».1 Esta imagen sintetiza el cruce entre embriaguez y forma: el poeta duerme como las ménades en la montaña, invadido por Dioniso, pero en ese trance onírico es tocado por Apolo, que le entrega la forma artística que hace comunicable el desgarro interior.

Este punto resuena con la reflexión estética de Schiller, quien en una carta a Körner distingue entre la disposición material (el impulso que empuja a la creación) y la disposición formal (la estructura que la ordena).2 Nietzsche recoge este modelo para pensar la génesis de la lírica no como emanación de una subjetividad cerrada, sino como el resultado de un entrelazamiento mágico: la forma es lo que Apolo aporta como redención estética del caos dionisíaco.

La inversión óptica: mirar al sol, mirar al abismo

La figura del §9 prolonga esta idea con una analogía tomada de la óptica. Nietzsche compara la claridad apolínea del héroe trágico con «una imagen de luz proyectada sobre una pantalla oscura, es decir, enteramente apariencia».3 En lugar de penetrar en su esencia, el espectador se encuentra con una superficie bella, transparente, que solo parece permitir el acceso a un fondo interior. Pero si uno va más allá y se adentra en el mito, es decir, en la dimensión dionisíaca, se produce un fenómeno inverso al que ocurre al mirar al sol.

Cuando miramos al sol —dice Nietzsche— y luego apartamos la vista, aparecen manchas oscuras que protegen nuestros ojos de la ceguera. A la inversa, cuando se mira al abismo oscuro de la naturaleza —el “Uno primordial” dionisíaco—, el alma queda herida, y el espíritu produce manchas luminosas para curarse. La apariencia apolínea es, por tanto, «una protección espiritual contra el horror de la existencia».4 Esta inversión es decisiva: la luz no es el origen, sino una defensa psíquica ante el caos.

La belleza como velo: jovialidad trágica y superficie luminosa

Las dos imágenes desarrolladas por Nietzsche —el poeta lírico invadido por Dioniso pero modelado por Apolo (§5), y el fenómeno óptico que transforma el horror dionisíaco en manchas luminosas (§9)— convergen en una lectura nietzscheana de la belleza como velo necesario, no como afirmación ingenua del mundo. Por eso, la “jovialidad griega” no es ligereza ni alegría sin amenaza, sino una postura que mira al horror de frente y, sin negarlo, lo transfigura en forma. El heleno, en palabras de Nietzsche, se salva mediante el arte, es decir, mediante la creación de un mundo ilusorio que permite la afirmación de la vida frente a su carácter trágico.

Esta concepción estética de la belleza como superficie defensiva también anticipa la noción de Rettung o redención estética que será central en la filosofía de arte alemana posterior. Pero mientras que Schopenhauer proponía la música como redención del querer, Nietzsche invierte el sentido: la música dionisíaca desgarra, y solo en la imagen apolínea se produce un momentáneo consuelo.

Conclusión

La belleza apolínea no revela la verdad esencial del mundo, sino que la vela con una ilusión redentora. En la visión nietzscheana, tanto la lírica como la tragedia no son expresiones de equilibrio, sino máscaras bellas que surgen de la embriaguez dionisíaca y actúan como defensas frente al abismo. Así, mirar al sol y ver manchas oscuras equivale a mirar al caos dionisíaco y producir imágenes luminosas. En ambos casos, el arte no nace de la calma, sino de la necesidad de salvar el alma frente a lo insoportable. La tragedia, por tanto, es la forma más elevada de sabiduría griega: aquella que convierte el horror en danza.

Bibliografía

  • Nietzsche, Friedrich. El nacimiento de la tragedia. Traducción de Andrés Sánchez Pascual. Madrid: Alianza Editorial, 2003.
  • Schiller, Friedrich. Cartas sobre la educación estética del hombre. Traducción de Rafael G. Amézaga. Madrid: Espasa-Calpe, 2001.

Footnotes

  1. Friedrich Nietzsche, El nacimiento de la tragedia, §5, traducción de Andrés Sánchez Pascual (Madrid: Alianza, 2003), p. 57.
  2. Friedrich Schiller, Cartas sobre la educación estética del hombre, carta 16, trad. de Rafael G. Amézaga (Madrid: Espasa-Calpe, 2001), p. 75.
  3. Nietzsche, El nacimiento de la tragedia, §9, p. 74.
  4. Ibid., p. 75.

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