La sonrisa trágica: Una lectura nietzscheana del poema “Reír Llorando”

La tragedia del gran Garrik. AI art
  

Tesis: El poema de Juan de Dios Peza puede leerse como una ilustración dramática de la tesis nietzscheana según la cual la vida solo es soportable como fenómeno estético. La figura del actor que ríe mientras sufre, y cuyo arte cura a otros sin curarlo a él, encarna la tensión entre la máscara apolínea y el caos dionisíaco, y permite pensar la comedia no como evasión sino como transfiguración estética del dolor.

Introducción: Garrik, Nietzsche y la paradoja de la risa

“¡Ay! ¡Cuántas veces al reír se llora!” exclama Juan de Dios Peza al final de su célebre poema Reír Llorando, una obra que narra con tono elegíaco la historia del actor Garrik, quien, siendo capaz de provocar carcajadas en todos, no puede encontrar alivio a su propio sufrimiento. Este poema, con su giro final devastador —“¡Yo soy Garrik!... Cambiadme la receta”—, no solo conmueve por su tono sentimental, sino que también expone una intuición filosófica que resuena con la obra temprana de Friedrich Nietzsche.

En El nacimiento de la tragedia (1872), Nietzsche propone que “solo como fenómeno estético están eternamente justificados la existencia y el mundo” (§5). En esta afirmación se cifra su ruptura con la tradición moral y racionalista: si la vida es esencialmente dolorosa, solo el arte —es decir, la forma, la ilusión, la máscara— permite soportarla. Desde esta perspectiva, la figura del cómico que ríe para los demás mientras muere por dentro encarna la lógica trágica del arte: no niega el dolor, lo transforma en espectáculo.

Apariencia y redención: la sonrisa como forma

A lo largo del poema, Peza explora la distancia entre la apariencia alegre y la realidad interior desgarrada. El público celebra a Garrik como “el más feliz” mientras “el cómico reía”, una risa que, comprendemos al final, no expresa dicha, sino esfuerzo estético por encubrir el abismo. Esta ambivalencia recuerda lo que Nietzsche desarrolla en Sobre verdad y mentira en sentido extramoral (1873), donde afirma que lo que llamamos verdad no es más que “una hueste en movimiento de metáforas” —es decir, ficciones útiles que han perdido su carácter ilusorio.

En este marco, la sonrisa de Garrik no es falsedad, sino forma. Su risa, lejos de ser engaño, constituye una apariencia necesaria, una imagen apolínea que da contorno al caos dionisíaco de su interior. Así, el poeta escribe:

“¡Nadie en lo alegre de la risa fíe,
porque en los seres que el dolor devora,
el alma gime cuando el rostro ríe!”

Esta tensión entre lo que se muestra y lo que se oculta no denuncia la mentira, sino que revela el poder redentor de la forma estética, aquello que Nietzsche llama Schein, la “apariencia bella” que hace habitable lo insoportable.

De Apolo a Dioniso: el arte como máscara trágica

Nietzsche distingue dos impulsos fundamentales del arte: lo apolíneo, que ofrece imagen, contención, claridad; y lo dionisíaco, que encarna el exceso, la embriaguez, la disolución del yo. La tragedia griega, según él, surgió como una síntesis de ambos principios, haciendo visible el horror sin destruir la forma. En este contexto, Garrik no es simplemente un bufón triste, sino una figura trágica: representa el punto donde la máscara (Apolo) se tiñe de sangre (Dioniso).

El poema da cuenta de este doble fondo. Garrik no es un farsante ni un hipócrita, sino alguien que convierte su dolor en arte. Lo apolíneo en él —la risa, la gracia, el escenario— no niega lo dionisíaco, sino que lo expresa de manera velada. En palabras de Nietzsche:

“El arte quiere convencer de que la vida tiene sentido, precisamente mediante la transfiguración de lo horrible y lo absurdo.” (El nacimiento de la tragedia, §24)

En este sentido, el actor que hace reír al mundo es un sacerdote del sufrimiento transfigurado, alguien que ofrece belleza a costa de su propia herida.

El precio de hacer reír: estética y sufrimiento

La anécdota central del poema —el hombre deprimido que acude al médico y recibe como remedio ver al comediante Garrik, sin saber que ese es él mismo— es profundamente nietzscheana en su estructura. El actor, consciente de que su arte cura a otros, no puede aplicarlo sobre sí mismo. Esto revela un límite trágico de la estética: su poder redentor no garantiza salvación individual, solo ofrece consuelo colectivo.

“Yo les llamo a los muertos mis amigos;
y les llamo a los vivos mis verdugos.”

La voz de Garrik, cargada de spleen, repite un lamento que bien podría ser pronunciado por el propio Nietzsche, quien escribió en su Ensayo de autocrítica (1886) que “el arte —y no la moral— es presentado como la actividad propiamente metafísica del hombre”. Pero ese arte no necesariamente protege al creador. Al contrario, el artista trágico asume el dolor del mundo, lo organiza en forma, lo hace digerible… pero a menudo lo paga con su propia salud espiritual.

Garrik, como Zarathustra, baja de la montaña para hablar con los hombres, pero no encuentra alivio en ellos. La cura que ofrece es una terapia estética para los otros, no para sí mismo. De ahí la ironía cruel del diagnóstico: lo único que puede salvarle —su propio arte— ya no tiene efecto sobre él.

En el poema de Peza, el arte de Garrik ha dejado de ser juego para convertirse en prisión. Ya no puede tomar distancia de la máscara, porque ha olvidado que es artificio. Nietzsche advertía que el creador debía mantener lucidez estética y no confundir su obra con la verdad. El arte hace que la vida cobre sentido, pero solo como transfiguración, no como dogma. Garrik ha perdido esa conciencia, su personaje se ha devorado al hombre, y el disfraz ya no cubre el dolor, lo encarna.

Conclusión: ¿cura o condena del arte?

Reír Llorando puede leerse, a la luz de Nietzsche, como una meditación sobre la dimensión trágica del arte. Lejos de presentar la risa como antítesis del dolor, el poema la muestra como su forma más depurada, una máscara que permite habitar lo insoportable sin negarlo. En Garrik, la estética no borra el sufrimiento, sino que lo transforma en gesto, en escena, en máscara digna.

Nietzsche nos recuerda que el arte no consuela como la religión ni explica como la ciencia. Su misión es otra: dar forma al caos, hacer visible lo invisible, permitir que la vida, en su horror y belleza, sea contemplada como obra. El poeta mexicano, quizá sin proponérselo, construye una figura nietzscheana por excelencia: el comediante trágico, el hombre que sonríe mientras muere.

El poema concluye con una visión carnavalesca del mundo:

“El carnaval del mundo engaña tanto,
que las vidas son breves mascaradas;
aquí aprendemos a reír con llanto
y también a llorar con carcajadas.”

En esta imagen final resuena el eco de Nietzsche: la vida, si ha de ser vivida, debe ser representada. No hay verdad última ni redención moral, pero sí hay forma, hay arte, hay máscara. Y en esa apariencia —no por falsa menos real— se juega la posibilidad de seguir existiendo. Reír, entonces, no es olvidar el dolor, sino convertirlo en forma y soportarlo mejor. Tal vez, como Garrik, todos necesitamos una máscara para sobrevivir.

Bibliografía

Nietzsche, F. (2006). El nacimiento de la tragedia (J. E. Rivera, Trad.). Madrid: Alianza Editorial.

Nietzsche, F. (2000). Sobre verdad y mentira en sentido extramoral. En Obras completas (Vol. II). Madrid: Tecnos.

Nietzsche, F. (2006). Ensayo de autocrítica. En El nacimiento de la tragedia (pp. 31–48). Madrid: Alianza Editorial.

Peza, J. de D. (n.d.). Reír llorando. En Poesías completas. México: Ediciones Botas.

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