“‘Dios ha muerto’ y ‘todo es vanidad’: Eclesiastés, Nietzsche y la afirmación del absurdo”
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My name is Ozymandias, King of Kings. AI art |
Two vast and trunkless legs of stone
Stand in the desert... Near them, on the sand,
Half sunk, a shattered visage lies…
Nothing beside remains. Round the decay
Of that colossal Wreck, boundless and bare,
The lone and level sands stretch far away.
— P. B. Shelley, “Ozymandias”
Introducción
“Dios ha muerto” (Nietzsche) y “todo es vanidad” (Eclesiastés) son dos fórmulas lapidarias que, pese a su distancia histórica y cultural, convergen en un mismo territorio: el del cuestionamiento radical del sentido. La primera, proveniente de la crítica filosófica moderna, denuncia la caída de los valores trascendentes en Occidente; la segunda, nacida en el seno de la tradición hebrea, revela el desencanto del sabio ante la fragilidad de todo lo humano. Este artículo propone una lectura en paralelo entre el Libro de Eclesiastés y la filosofía de Friedrich Nietzsche, bajo la hipótesis de que ambos textos articulan una afirmación trágica de la vida frente al sinsentido, proponiendo no la evasión, sino una ética de la presencia lúcida. Lejos de fomentar el nihilismo pasivo, tanto el predicador bíblico como el pensador alemán desmantelan las ilusiones absolutas y, desde ese vacío, convocan al lector a un modo de vida más denso, inmediato y consciente.
Vanidad y nihilismo: dos formas del vacío
“Vanidad de vanidades, todo es vanidad” (Ecl 1:2) es el estribillo central de Eclesiastés. La palabra hebrea hevel, traducida comúnmente como “vanidad”, evoca en realidad el humo, el vapor, lo efímero. No se trata de un juicio moral, sino de una intuición ontológica: todo lo que parece sólido se disuelve entre los dedos. El predicador no reniega de la vida, pero descubre que ni la sabiduría, ni el trabajo, ni el placer ofrecen una base duradera. Del mismo modo, Nietzsche afirma en La gaya ciencia: “¿No oímos nada aún del ruido que hacen los sepultureros que están enterrando a Dios? […] Dios ha muerto. Dios sigue muerto. Y nosotros lo hemos matado”¹. Esta frase no niega simplemente a Dios, sino que revela el colapso del sistema de valores que había organizado el sentido durante siglos. Así como Eclesiastés contempla la inconsistencia de todo lo humano, Nietzsche señala la deriva nihilista de la cultura moderna. Ambos se enfrentan al vacío con una honestidad poco común.
Tiempo y repetición: hevel y el eterno retorno
El sabio bíblico observa con ironía amarga: “Lo que fue, eso será; lo que se hizo, eso se hará, y no hay nada nuevo bajo el sol” (Ecl 1:9). El tiempo, lejos de ser redención, se presenta como monotonía ineludible. Esta visión cíclica conecta con la doctrina nietzscheana del eterno retorno: “Esta vida, tal como la vives ahora, y la has vivido, tendrás que vivirla aún una vez más e innumerables veces más”². Para Nietzsche, este pensamiento no es una cosmología, sino una prueba ética: solo quien puede desear la repetición eterna de su vida, tal como es, está afirmándola en plenitud. En Eclesiastés, la repetición sugiere agotamiento; en Nietzsche, se convierte en exigencia de afirmación. En ambos casos, el tiempo despoja de ilusiones y obliga a mirar la vida con una crudeza total.
Ausencia de sentido y amor fati
El predicador reconoce que “en mucho saber hay mucha molestia, y quien añade ciencia, añade dolor” (Ecl 1:18). No es el ignorante quien sufre más, sino el que ve con mayor claridad. Esta sabiduría trágica se expresa también en la experiencia del silencio divino: “He visto todo lo que se hace bajo el sol […] y he aquí, todo es vanidad y aflicción de espíritu” (Ecl 1:14). Nietzsche llega a una conclusión paralela, pero desde otro ángulo: la ausencia de un orden divino no es motivo de desesperación, sino ocasión para la autoafirmación radical. De ahí nace su exhortación al amor fati, el amor al destino: “Quiero cada cosa que fue tal como fue”³. Ambos autores, desde sus propias lenguas, sostienen que no hay consuelo último, y que la única respuesta adulta es vivir con fidelidad a lo que hay, sin buscar un “más allá” que lo redima.
Contra la cultura del éxito: resentimiento y autoexplotación
Una de las observaciones más penetrantes de Eclesiastés apunta a la motivación humana: “He visto que todo trabajo y toda excelencia de obras provocan la envidia del hombre contra su prójimo. También esto es vanidad y aflicción de espíritu” (Ecl 4:4). Este diagnóstico anticipa lo que Nietzsche llama resentimiento activo: una moral que no nace de la afirmación del sí mismo, sino del deseo de superar, someter o vencer al otro⁴. En la modernidad, este impulso se intensifica: el individuo se convierte en emprendedor de sí mismo, como señala Byung-Chul Han, y transforma incluso el amor, la fe o el dolor en capital simbólico⁵. En Así habló Zaratustra, Nietzsche escribe: “Quien no puede bendecir no puede aprender a maldecir”, denunciando así la lógica de la comparación constante. El sabio bíblico y el filósofo alemán coinciden en ver la autoexplotación y la comparación como formas de alienación. El éxito, lejos de traer plenitud, multiplica el vacío.
Conclusión: lucidez, presencia y resistencia
Tanto Eclesiastés como Nietzsche nos conducen hasta el borde del sentido. Pero en lugar de proponer una evasión —religiosa o nihilista—, ambos sugieren una forma de resistencia lúcida. El predicador concluye que “no hay cosa mejor para el hombre que alegrarse en lo que hace” (Ecl 3:22). Nietzsche, por su parte, llama a vivir de tal modo que uno pueda desear su vida una y otra vez, sin modificar nada. En tiempos marcados por la hiperproductividad, el algoritmo y la necesidad de “tener un propósito”, estos textos antiguos y modernos nos invitan a una forma más profunda de estar en el mundo. Una que no promete consuelo, pero que ofrece algo más valioso: presencia verdadera. Amar la vida, incluso cuando no tiene sentido. Aceptar el absurdo, no como derrota, sino como posibilidad de libertad. Y seguir, no porque haya una meta clara, sino porque el camino mismo ya vale la pena.
Notas
- Friedrich Nietzsche, La gaya ciencia, §125. Traducción de Andrés Sánchez Pascual. Madrid: Alianza, 2010.
- Nietzsche, La gaya ciencia, §341 (“El más pesado de los pensamientos”).
- Friedrich Nietzsche, Ecce Homo, en Obras Completas, vol. II, Madrid: Tecnos, 1999.
- Friedrich Nietzsche, La genealogía de la moral, ensayo I, §10.
- Byung-Chul Han, La sociedad del cansancio, Barcelona: Herder, 2012.
Bibliografía
- Nietzsche, Friedrich. La gaya ciencia. Trad. Andrés Sánchez Pascual. Madrid: Alianza Editorial, 2010.
- ———. Así habló Zaratustra. Trad. A. Sánchez Pascual. Madrid: Alianza Editorial, 2017.
- ———. Ecce Homo. Trad. Germán Cano. Madrid: Tecnos, 2013.
- ———. La genealogía de la moral. Trad. Germán Cano. Madrid: Tecnos, 2011.
- Biblia Reina-Valera 1960. Libro de Eclesiastés.
- Han, Byung-Chul. La sociedad del cansancio. Barcelona: Herder, 2012.
- Camus, Albert. El mito de Sísifo. Madrid: Alianza, 2005.
- Kierkegaard, Søren. El concepto de la angustia. Madrid: Trotta, 2006.
- Simone Weil. La gravedad y la gracia. Madrid: Trotta, 2017.
- Rubem Alves. El enigma de la religión. Buenos Aires: Lumen, 1990.
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