Lira y flauta: de Apolo al pastor romántico, entre razón y deseo
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Lira y flauta. AI art |
¿Por qué la flauta, instrumento que suena en manos del sátiro ebrio y lujurioso, aparece también entre los labios del pastor melancólico? ¿Qué continuidad simbólica enlaza estas figuras tan distintas? Este artículo recorre la oposición entre la lira de Apolo y la flauta de Dionisio, figuras musicales que expresan concepciones antagónicas de la existencia. Siguiendo la genealogía nietzscheana del arte, veremos cómo la figura vital del sátiro dionisíaco fue reemplazada por un pastor sentimental y dulcificado, del mismo modo en que la tragedia fue desnaturalizada y vaciada de su potencia por el racionalismo de Eurípides.
Apolo y la lira: música del orden
Apolo, dios de la luz y la claridad, es el patrón de la lira. Según el mito, la recibe de Hermes, quien la inventa con el caparazón de una tortuga. Desde entonces, se convierte en símbolo de la proporción, la belleza formal y la contención emocional. Para Nietzsche, Apolo representa el “principio de individuación”, la fuerza que da forma al caos:
“Apolo, en cuyo nombre resumimos todas aquellas innumerables ilusiones de la figura bella que hacen soportable la vida y nos impulsan a vivir” (El nacimiento de la tragedia, §1).
La lira, con su sonido claro y estructurado, se alinea con la poesía épica y la armonía del mundo inteligible. Su música es la del discurso racional, la palabra medida, la elevación espiritual.
Dionisio, el sátiro y la flauta
En el extremo opuesto se encuentra Dionisio, dios del vino, la embriaguez y el éxtasis. Sus rituales incluyen danzas frenéticas, gritos desarticulados y, sobre todo, el sonido del aulos o la flauta de Pan. El sátiro, criatura híbrida entre humano y animal, encarna esa potencia indomable, instintiva y libidinal que Dionisio despierta en sus seguidores.
La flauta, a diferencia de la lira, emite un sonido continuo, envolvente, sin articulación discursiva. No canta la historia del héroe, sino el lamento del deseo y la disolución de los límites personales. Como señala el mito, la syrinx nace del cuerpo de la ninfa Syrinx, que se transforma en caña para huir de Pan. Así, la flauta es el eco de un deseo frustrado, una voz que no llega a hablar, pero que se lamenta sin palabras.
Platón, en la República, desconfía del aulos por su poder de perturbar el alma y romper la armonía interior. Es un instrumento de la afectividad cruda, no del logos.
La lira renacida y la flauta en decadencia
Durante el Renacimiento, Apolo y su lira fueron recuperados como emblemas de la belleza ideal. Pintores, poetas y músicos exaltaron el orden clásico, la proporción matemática, el equilibrio de las formas. La lira reaparece como símbolo del arte elevado, capaz de sublimar las pasiones en estructuras serenas.
En contraste, la flauta queda relegada al mundo de lo “bajo”: el campo, la infancia, la emoción no elaborada. Aunque sobrevive en las escenas pastoriles, su poder ya no es temido, sino domesticado, reducido a nostalgia. El Romanticismo la rescata con ternura, no con temblor.
De la orgía al idilio: el pastor como sátiro domesticado
En la literatura bucólica y más tarde en el Romanticismo, la figura del pastor hereda la flauta del sátiro, pero no su potencia. Ahora el instrumento emite una música suave, melancólica, nostálgica. El pastor ya no encarna el exceso, sino la dulzura del aislamiento, la contemplación de la naturaleza y la añoranza de un mundo perdido.
Este tránsito no es meramente estético, sino ideológico. Nietzsche nos da una clave interpretativa: El pastor es al sátiro lo que Eurípides es a Esquilo: una forma comprensible, racionalizada, moralmente digerible de lo que antes era oscuro, irracional y potente.
La misma energía vital que en el sátiro se expresaba como deseo y desenfreno, en el pastor se vuelve lamento. La flauta se conserva, pero ha sido neutralizada: ya no convoca al delirio, sino que acompaña la soledad.
Conclusión
La tensión entre la lira y la flauta no es solo musical: expresa dos maneras de habitar el mundo. La primera impone forma al caos; la segunda lo abraza sin reservas. A lo largo de los siglos, la flauta ha sido domesticada, su potencia ritual reducida a acompañamiento bucólico. La lira, en cambio, ha ascendido como ideal de claridad formal. Pero en ese tránsito, como advirtió Nietzsche, hemos perdido algo esencial: el contacto con la raíz trágica de la existencia, la afirmación vital que el sátiro representaba. El pastor toca la misma flauta que el sátiro, pero ya no sopla con furia. Lo que antes era grito, ahora es suspiro.
Notas y bibliografía
- Friedrich Nietzsche, El nacimiento de la tragedia (1872), trad. Andrés Sánchez Pascual, Madrid: Alianza, 2000.
- Platón, República, Libro III, sobre la censura de ciertos instrumentos musicales.
- Ovidio, Metamorfosis, Libro I: mito de Pan y Syrinx.
- Werner Jaeger, Paideia. Los ideales de la cultura griega, Fondo de Cultura Económica, 2003.
- Jean-Pierre Vernant, Mito y pensamiento en la Grecia antigua, Paidós, 1995.
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