La lírica como espejo del Uno Primordial: Nietzsche y el nacimiento de la tragedia
![]() |
Arquíloco y Homero. AI art |
El §5 de El nacimiento de la tragedia marca un punto de inflexión en la argumentación de Nietzsche. Él mismo lo declara con claridad: “nos acercamos ahora a la auténtica meta de nuestra investigación, la cual está dirigida al conocimiento del genio dionisíaco-apolíneo y de su obra de arte”. En este apartado, Nietzsche aborda un problema fundamental: ¿cómo es posible la lírica si el arte, por definición, debe superar la subjetividad? La pregunta cobra cuerpo en la figura de Arquíloco, cuya poesía rebosa de pasiones individuales. Frente a él se yergue Homero, emblema de la serenidad apolínea. Pero lejos de ver una simple oposición de temperamentos, Nietzsche revela una unidad subterránea: ambos poetas representan fases distintas de un mismo proceso artístico y metafísico. El arte lírico nace cuando el sujeto se disuelve en la corriente dionisíaca y reaparece, transfigurado, en las imágenes apolíneas del sueño.
Homero y Arquíloco: más que una oposición
Las representaciones antiguas a menudo yuxtaponen a Homero y Arquíloco como progenitores de la poesía griega. Para Nietzsche, esta imagen encierra una intuición profunda. Homero, el “anciano soñador absorto en sí mismo”, es figura del arte apolíneo, contemplativo, sereno. Arquíloco, en cambio, aparece como un poeta arrastrado por pasiones vehementes, un “belicoso servidor de las musas”. La estética moderna había traducido esta distinción en términos de objetividad y subjetividad. Nietzsche rechaza esta dicotomía por simplista y errónea.
A su juicio, el verdadero arte exige siempre una “victoria sobre lo subjetivo, redención del ‘yo’ y silenciamiento de toda voluntad y capricho individuales”. Si se acepta esto, el lírico no puede ser simplemente un artista “subjetivo” en el sentido psicológico. Entonces, ¿qué es lo que ocurre en la creación poética de un Arquíloco?
El problema del artista lírico
La figura de Arquíloco plantea una paradoja. Su poesía parece desbordar de emociones personales: amor, odio, desprecio. Sin embargo, Nietzsche advierte que esta subjetividad es solo aparente. Escribe: “El ‘yo’ del lírico resuena [...] desde el abismo del ser: su ‘subjetividad’, en el sentido de los estéticos modernos, es pura imaginación”. Lo que habla en él no es el individuo empírico, sino una fuerza más profunda que se expresa a través de la máscara del “yo”.
Esto permite a Nietzsche conservar el criterio fundamental de su estética: la obra de arte debe surgir de una contemplación impersonal. La lírica, lejos de violar esta regla, la ejemplifica por medios más complejos.
Schiller y la génesis poética
Para explicar cómo el poeta accede a esa dimensión impersonal, Nietzsche recurre a un testimonio de Schiller. El poeta alemán observaba que, antes de escribir, experimentaba un “estado de ánimo musical” sin objeto definido: “El sentimiento carece en mí, al principio, de un objeto determinado y claro; éste no se forma hasta más tarde”. Este fenómeno, que Schiller no logra comprender del todo, es para Nietzsche una pista clave. La música, expresión dionisíaca del Uno primordial, antecede a cualquier representación clara.
En el poeta lírico, ese estado musical se transforma, bajo el influjo de Apolo, en imágenes simbólicas. Así nace el verso. La lírica no parte de una emoción individual, sino de una inmersión en el fondo metafísico de lo real.
El doble reflejo: música y sueño
Nietzsche describe este proceso como una doble mediación: “produce una réplica de ese Uno primordial en forma de música [...]; después esa música se le hace visible de nuevo, bajo el efecto apolíneo del sueño, como en una imagen onírica simbólica”. El poeta se funde primero con el dolor primordial; luego, ese pathos sin forma se configura como imagen. Es en esa segunda instancia donde aparece el “yo” lírico: no como sujeto empírico, sino como símbolo.
La lírica surge, entonces, de una oscilación entre música y sueño, entre lo inefable y su traducción formal. Esta dinámica prepara el camino para la tragedia, donde esa doble naturaleza se materializará en escena.
Más allá del sujeto empírico
El punto culminante de la sección es la inversión radical de perspectiva: el verdadero poeta no es el hombre Arquíloco, sino el Uno que habla a través de él. Así lo formula Nietzsche: “ese hombre Arquíloco, cuyos deseos y apetitos son subjetivos, no puede ni podrá ser jamás poeta”. El yo del lírico no es una entidad psicológica, sino una máscara adoptada por el genio del mundo.
La lírica griega, al unificar música y palabra, accede a una dimensión en la que la subjetividad queda suspendida. A partir de ella podrá emerger el drama trágico, forma suprema en la que Dioniso y Apolo se funden sin anularse.
Conclusión
En el §5 de El nacimiento de la tragedia,
Nietzsche da un giro decisivo a la comprensión de la lírica y, con ello, sienta
las bases para entender el arte trágico. Rechazando las categorías
superficiales de subjetividad y objetividad, propone una estética más profunda,
en la que el poeta se convierte en mediador entre el Uno primordial y la
apariencia sensible. Esta unión de música dionisíaca e imagen apolínea explica
cómo la lírica puede expresar una verdad metafísica sin caer en la expresión
individualista. Por ello, al final del camino, Nietzsche puede afirmar:
“Solo como fenómeno estético están eternamente justificados la existencia y
el mundo.”
Notas y bibliografía
- Nietzsche, Friedrich. El nacimiento de la tragedia. Trad. Andrés Sánchez Pascual. Madrid: Alianza, 2000.
- Schiller, Friedrich. Sobre la poesía ingenua y sentimental.
- Szondi, Peter. Poetics and Philosophy of History. Trans. Martha Woodmansee. Minneapolis: University of Minnesota Press, 1987.
Comentarios
Publicar un comentario