Lo Implícito y lo Explícito: Saussure, Nietzsche y la Traición de la Tragedia
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Lenguaje y Música: Saberes Paralelos. AI art |
«¿No vuelan
todos los encantos
al mero toque de la fría filosofía?
Una vez hubo un tremendo arco iris en el cielo;
ya conocemos su urdimbre, su textura; figura
ya en el catálogo insulso de las cosas comunes.
La filosofía cortará alas a los ángeles,
conquistará todos los misterios por regla y línea,
dispersará el aire encantado y los tesoros de gnomos,
destejerá el arco iris, como antaño hizo
que la tierna Lamia se fundiera en una sombra…»
— Lamia, John Keats (tr. traducida)
Introducción
¿Qué se pierde cuando lo que antes se vivía como intensidad, misterio o arte se convierte en objeto de análisis? En la tragedia griega y en el lenguaje actúan fuerzas profundas que escapan al dominio del juicio consciente. Tanto Nietzsche como Saussure abordaron, desde perspectivas distintas, esta tensión fundamental entre el saber vivido y el conocimiento sistemático. El primero denunció la racionalización del arte trágico como una traición; el segundo reveló la dificultad que enfrenta el gramático al intentar delimitar conscientemente las unidades concretas de la lengua, una actividad que el hablante realiza sin esfuerzo. Ambos nos invitan a desconfiar de las tentaciones del logos cuando pretende gobernar lo inefable.
El conocimiento sin saber: la tragedia como experiencia dionisíaca
La tragedia arcaica no fue nunca un discurso ni una lección, sino una manifestación estética de lo abismal. En ella se funden Apolo y Dionisio: forma y caos, luz y vértigo. Nietzsche afirma que “la tragedia nace del espíritu de la música” (NT, §1), lo que implica que su lenguaje no es conceptual, sino afectivo, rítmico, atmosférico. No se trata de comprender lo que ocurre en escena, sino de ser afectado por ello. El coro, el mito, la máscara, el canto: todos participan en un juego de intensidades que suspende el juicio y disuelve la lógica. El espectador antiguo no era crítico, sino médium.
Sócrates y Eurípides: la racionalización de lo trágico
Pero con Eurípides, hechizado por Sócrates, irrumpe un nuevo paradigma: el del pensamiento que exige explicación. En los Escritos preparatorios a El nacimiento de la tragedia, Nietzsche escribe: “la decadencia de la tragedia [...] era una fantasmagoría socrática” —es decir, una ilusión generada por el deseo de entenderlo todo. Eurípides, seducido por este ideal, introduce recursos como el prólogo explicativo o el deus ex machina, que buscan ordenar lo que antes desbordaba. Así, el público ya no se sumerge en el abismo; se le invita a juzgar la trama, a desenredar los motivos, a “comprender” en el sentido latino: apprehendere, capturar, reducir. Se disuelve así el misterio. Como apunta Nietzsche: “El arte se ve sometido a la lógica del público, que desea entender, juzgar y justificar lo que ve” (NT, §12).
El paralelismo en la lengua: Saussure y la ilusión del análisis
Una operación similar ocurre en el estudio del lenguaje. En el Curso de Lingüística General, Saussure plantea un método en apariencia sencillo para delimitar las unidades de la lengua: hacer corresponder una cadena de sonidos con una cadena de conceptos. Pero en seguida advierte la dificultad: lo que llamamos “palabra” no siempre coincide con la unidad concreta del habla. ¿Dónde termina si je la prends y dónde comienza si je l'apprends? ¿Dónde está el límite entre cheval y chevaux?
Saussure observa en este punto: “Sin duda los sujetos hablantes no conocen esta dificultad; todo lo que sea significativo en un grado cualquiera les resulta elemento concreto y lo distinguen infaliblemente en el discurso. Pero una cosa es sentir ese juego rápido y delicado de unidades, y otra darse cuenta de él por medio de un análisis metódico”. (§3).
El hablante domina la lengua, pero no podría explicarla sin falsificarla. Al igual que el espectador antiguo, su saber es implícito, no analítico.
Entre Sócrates y Saussure: el riesgo de objetivar lo vivido
En Sócrates, Nietzsche ve un mundo “puesto cabeza abajo”: “en todas las naturalezas productivas lo inconsciente produce cabalmente un efecto creador y afirmativo [...] en él, el instinto se convierte en un crítico, la consciencia, en un creador”. Esta inversión es sintomática de una cultura que ya no confía en el instinto. Del mismo modo, el análisis lingüístico tropieza con el límite de su propio método: no puede convertir en objeto lo que es, por naturaleza, experiencia. Tratar de sistematizar lo dionisíaco es traicionarlo. Tratar de forzar el lenguaje a ajustarse a criterios lógicos —ya sea por parte del gramático o del espectador racionalista— equivale a amputar su vitalidad.
Conclusión
La tragedia muere cuando el espectador deja de serlo para convertirse en analista. Lo mismo ocurre con la lengua, cuando se exige del hablante una conciencia total sobre un sistema que opera a nivel implícito. Nietzsche y Saussure, desde sus campos respectivos, nos alertan contra esa hybris del pensamiento que pretende explicar lo que debe permanecer oscuro, vivido, intuido. La afirmación de lo estético y lo lingüístico pasa por reconocer los límites del logos y por restituir, sin miedo, el valor de lo que no se deja comprender del todo.
Notas y bibliografía
- Nietzsche, El nacimiento de la tragedia, trad. A. Sánchez Pascual, Alianza, §1, §12, §13.
- Nietzsche, Escritos preparatorios para El nacimiento de la tragedia: Sócrates y la tragedia, en Obras completas, vol. II.
- Ferdinand de Saussure, Curso de Lingüística General, SEGUNDA PARTE §2 y §3.
- Platón, Apología de Sócrates.
- Eurípides, Hipólito, Medea (para ejemplos de prólogos y deus ex machina).
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