De Sócrates a Rousseau: Hacia una genealogía del logocentrismo en Nietzsche y Derrida

"Jaque mate a la razón". AI art: óleo digital, estilo expresionismo simbólico   

 

Introducción

La crítica de la razón como centro de gravedad de la cultura occidental tiene múltiples genealogías. Jacques Derrida, en De la gramatología, denuncia el logocentrismo: una estructura de pensamiento que privilegia el habla sobre la escritura, la presencia sobre la ausencia, el origen sobre el suplemento. Pero mucho antes de Derrida, Friedrich Nietzsche ya había esbozado una crítica estructural al dominio de la racionalidad en la historia del arte, en especial en El nacimiento de la tragedia (en adelante NT). Su diagnóstico de Sócrates como síntoma de decadencia cultural y su sospecha hacia la razón como tiranía disfrazada de verdad anticipan, con otro lenguaje, una forma primitiva de deconstrucción. Este artículo explora cómo Nietzsche y Derrida desarticulan dos inversiones jerárquicas análogas: la de la razón sobre el instinto y la del habla sobre la escritura.

Sócrates como síntoma: el diagnóstico nietzscheano

Nietzsche no ve en Sócrates un modelo de virtud, sino el síntoma de una enfermedad cultural. En los textos preparatorios a El nacimiento de la tragedia, como Sócrates y la tragedia, lo califica como un “fenómeno monstruoso”, un signo de inversión en los valores estéticos y vitales de la cultura griega. Sócrates representa, según Nietzsche, “el punto de inflexión, el cambio hacia la decadencia” (KSA 1, Nachlass 1870). Su insistencia en la razón, en la claridad discursiva y en la explicación lógica marca el comienzo de una sospecha hacia el arte como forma de conocimiento. La tragedia griega, que había emergido de las fuerzas dionisíacas del instinto y la embriaguez, se ve desvirtuada por el imperativo moral y racional socrático.

Eurípides: el dramaturgo racionalista

Nietzsche extiende su crítica a Eurípides, a quien describe como el “discípulo inconsciente” de Sócrates. En NT, sostiene que la tragedia ateniense perdió su profundidad instintiva y simbólica al someterse al criterio de lo comprensible. Eurípides introduce el “espectador racional”, y reescribe la tragedia en clave lógica: personajes que razonan, que exponen argumentos, que apelan al juicio del público. El arte, que para Nietzsche debía “justificar la existencia” y reconciliarnos con su horror mediante la ilusión estética, se ve ahora reducido a pedagogía moral. Como escribe: “Sócrates es el adversario de Dionisio: el nuevo dios del pensamiento lógico se opone al dios oscuro de la embriaguez vital” (NT, §14).

El daimon y el retorno del instinto

Sin embargo, Nietzsche no presenta a Sócrates como un simple avatar de la razón. Hay en él un resto vital, un impulso que resiste a su propio discurso racional: su daimon, esa voz interior que lo guía sin razones. Este elemento misterioso y prediscursivo interrumpe el dominio de la lógica. Nietzsche observa con ambigüedad este fenómeno: “Sócrates encontró en sí una fuerza superior a su razón: su demonio. En momentos decisivos, no razonaba, obedecía” (KSA 1, Nachlass 1870). Esta voz no razona, no argumenta, no persuade. Solo impone.

Lo que se revela aquí es la persistencia de una instancia no racional, una suerte de inconsciente vital que sobrevive incluso en el corazón del racionalismo. Sócrates obedece sin comprender, como si el caos primordial, lo dionisíaco, se abriera paso bajo la máscara de la razón. Lo que debía estar subordinado —el instinto— aparece como guía último. Lo suplementario se vuelve central.

De la razón al logos: transición hacia Derrida

Lo que Nietzsche detecta en Sócrates no es simplemente una anomalía individual, sino una estructura de pensamiento: la inversión jerárquica que subordina lo oscuro a lo claro, lo corporal a lo espiritual, lo estético a lo moral. Esta lógica es análoga al logocentrismo que Derrida disecciona. En De la gramatología (en adelante DG), Derrida señala cómo, desde Platón hasta Rousseau, la filosofía ha privilegiado la palabra hablada como portadora de la presencia del pensamiento, mientras que la escritura se percibe como una copia secundaria, peligrosa y pervertida. Pero —como Nietzsche con el daimon— Derrida encuentra que esta jerarquía no se sostiene sin contradicción: el logos necesita de su suplemento. La palabra hablada se apoya en la escritura para sobrevivir, así como la razón socrática necesita del impulso irracional que la habita.

Rousseau y la escritura como suplemento

Derrida elige a Rousseau como caso paradigmático. En el Ensayo sobre el origen de las lenguas, Rousseau declara que la escritura es una “invención peligrosa”, un sustituto de la voz viva, que corrompe el vínculo natural entre el sentimiento y la expresión. Pero esta condena no impide que, en otros textos, Rousseau invoque una escritura más profunda, inmediata y reveladora. En la Lettre à Vernes, afirma: “No es sobre algunas hojas dispersas donde sea necesario ir a buscar la ley de Dios, sino en el corazón del hombre, donde su mano se digna escribirla.” Y en otro pasaje dice: “Mientras más penetro en mí mismo, más me interrogo y más leo estas palabras escritas en mi alma: Sé justo y serás feliz.”

Aquí aparece una forma de “escritura originaria” —casi divina— que no representa nada exterior, que no se opone al habla y que constituye directamente el sentido moral. Esta paradoja es fundamental para Derrida: lo que Rousseau condena como suplemento artificial es también lo que sostiene la posibilidad de la ley y del sentido. La escritura, aun cuando se presenta como añadidura, como exterioridad degradada, se revela como condición interna de posibilidad. “El suplemento suplanta”, escribe Derrida, “añade sólo para reemplazar” (OG, p. 145). Así como en Nietzsche el daimon desestabiliza el imperio de la razón, en Derrida la escritura descompone la metafísica de la presencia y expone la fragilidad de toda autenticidad.

Conclusión: Nietzsche como proto-deconstruccionista

Nietzsche no formula una teoría de la escritura, pero su crítica a Sócrates y a la racionalización del arte constituye una genealogía del logocentrismo. Como Derrida, percibe que las oposiciones binarias (razón/instinto, habla/escritura, forma/vida) no son estables, y que lo subordinado retorna como condición de posibilidad. Ambos piensan a contrapelo de la metafísica occidental: Nietzsche desde el cuerpo y el arte, Derrida desde el lenguaje y el signo. De Sócrates a Rousseau se despliega una historia de supresiones y desplazamientos, donde lo excluido retorna para fundar lo que parecía originario. En este cruce, la filosofía se convierte en arqueología de sus propias huellas.

Referencias

  • Derrida, J. (2012). De la gramatología (R. Alonso, Trad.). Siglo XXI.
  • Derrida, J. (1976). Of Grammatology (G. C. Spivak, Trans.). Johns Hopkins University Press.
  • Nietzsche, F. (2000). El nacimiento de la tragedia (A. Sánchez Pascual, Trad.). Alianza.
  • Nietzsche, F. (1980). Kritische Studienausgabe (Vol. 1, G. Colli & M. Montinari, Eds.). de Gruyter.
  • Rousseau, J.-J. (1999). Ensayo sobre el origen de las lenguas (A. Rueda, Trad.). Cátedra.

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