La muerte del héroe: Decadencia de la cultura y ascenso del esclavo en el pensamiento de Nietzsche

La muerte de la tragedia. AI art: Realismo pictórico

Introducción

En sus escritos preparatorios para El nacimiento de la tragedia, Friedrich Nietzsche traza una aguda crítica a la evolución del arte griego, particularmente en el texto titulado Sócrates y la tragedia. Si bien se trata de un escrito temprano, en él ya resuenan los motivos que más adelante estructurarán su pensamiento: la lucha entre vida y razón, el destino del arte, y la decadencia cultural como proceso moral e histórico. Lo que se anuncia en estas páginas es más que una teoría estética: es una visión genealógica del espíritu griego que se convertirá en el modelo de su crítica radical a la civilización occidental.

Este artículo explora cómo Nietzsche concibe la muerte de la tragedia griega como un acontecimiento irónico en sí mismo, analiza el papel de Eurípides como figura clave en ese proceso de decadencia, y propone que en este diagnóstico se encuentra el germen de su posterior distinción entre la moral de los señores y la moral de los esclavos.

La tragedia muere trágicamente

Nietzsche abre Sócrates y la tragedia con una sentencia cargada de ironía lúgubre: “La tragedia griega pereció de manera distinta que todos los otros géneros artísticos antiguos, hermanos de ella: acabó de manera trágica, mientras que todos ellos fallecieron con una muerte muy bella.” Mientras otros géneros encuentran continuidad en formas sucesoras, la tragedia desaparece sin dejar herederos legítimos. Su muerte no es una transición natural, sino una ruptura espiritual: el fin de una forma de vida heroica y de una experiencia estética que afirmaba el sufrimiento como parte constitutiva de la existencia.

Este vacío, según Nietzsche, fue experimentado con una nostalgia profunda. El arte ya no tenía figuras que encarnaran los valores heroicos del pasado. Como ironiza Aristófanes, los poetas menores eran enviados al Hades para alimentarse de las migajas de los antiguos maestros. La muerte de la tragedia marca, entonces, no solo el final de un estilo dramático, sino el comienzo de una crisis cultural que cambiará la relación del hombre griego con el mito, con el arte y consigo mismo.

Eurípides y el espectador como protagonista

En este contexto irrumpe la figura de Eurípides, al que Nietzsche llama “la agonía de la tragedia”. A través de él, el espectador —el hombre común, no el héroe— entra en escena. Antes, los personajes eran seres humanos transfigurados: héroes nacidos de dioses y semidioses que simbolizaban un ideal griego. Con Eurípides, ese mundo ideal desaparece. El espejo del arte ya no refleja figuras arquetípicas, sino individuos cotidianos: “el espejo que antes había reproducido sólo los rasgos grandes y audaces se volvió más fiel y, con ello, más vulgar”.

En un pasaje especialmente revelador, Nietzsche escribe:

“Tan pronto como éstos supieron cantar a la manera de Eurípides, comenzó el drama de los jóvenes señores llenos de deudas, de los viejos bonachones y frívolos, de las heteras a la manera de Kotzebue, de los esclavos domésticos prometeicos.”

Aquí se inaugura la comedia nueva ática, heredera bastarda de la tragedia, donde los grandes conflictos metafísicos son sustituidos por enredos domésticos y personajes-tipo. El arte deja de ser elevación simbólica para convertirse en entretenimiento social. Ulises, el astuto y noble héroe de Esquilo, reaparece ahora como sirviente intrigante, pícaro y vulgar.

Eurípides es, por tanto, el puente entre el arte trágico y una forma de teatro que exalta el discurso racional, la astucia y la lógica discursiva por encima del pathos dionisíaco. Como él mismo se jacta en Las ranas de Aristófanes:

“Mediante él ahora el pueblo sabe el arte de servirse de reglas [...] de observar, de pensar, de ver, de entender, de engañar, de amar, de caminar, de revelar, de mentir, de sopesar.”

El pueblo ha aprendido a hablar, a pensar, a analizar. Pero ha olvidado cómo sufrir, cómo callar, cómo venerar. Lo dionisíaco ha sido expulsado por el logos.

Grecia senil y la mentalidad servil

Nietzsche lleva su diagnóstico más allá del arte y lo extiende a la cultura griega en su conjunto. En un pasaje que rebosa amargura genealógica, afirma:

“La frase del conocido epitafio, ‘en la ancianidad, voluble y estrafalario’, se puede aplicar también a la Grecia senil. El instante y el ingenio son sus divinidades supremas; el quinto estado, el del esclavo, es el que ahora predomina, al menos en cuanto a la mentalidad.”

El problema no es simplemente que haya esclavos, sino que todos piensan como esclavos: buscan seguridad, utilidad, astucia, cálculo. Lo heroico se ha vuelto ridículo; lo sublime, sospechoso. La fe en un pasado inmortal ha muerto, y con ella la posibilidad de un futuro ideal. El espíritu trágico ha sido domesticado.

Este punto es clave para establecer el nexo con su pensamiento posterior: la noción de que la mentalidad servil puede apropiarse de toda una cultura, incluso de aquellos que no son esclavos en sentido material. Esta idea resurgirá con fuerza en La genealogía de la moral, donde Nietzsche distinguirá entre una moral de señores, afirmadora y creadora, y una moral de esclavos, reactiva, resentida, nacida del miedo y del sufrimiento mal digerido.

La prefiguración de una crítica a Occidente

Así, el texto Sócrates y la tragedia no solo anticipa su crítica a Eurípides y Sócrates en El nacimiento de la tragedia, sino que constituye el germen de su crítica genealógica a la cultura occidental. La racionalización del arte, la expulsión de lo dionisíaco, la exaltación de la inteligencia discursiva por encima del destino y del mito, son síntomas de una enfermedad más profunda: la pérdida de la fuerza vital.

El cristianismo, que Nietzsche describirá como “platonismo para el pueblo”, será el heredero espiritual de esta decadencia. Donde Eurípides convierte al héroe en esclavo, el cristianismo lo convierte en mártir. En ambos casos, el sufrimiento deja de afirmarse y se moraliza. La vida ya no es algo que se celebra, sino algo que se justifica.

Conclusión

En Sócrates y la tragedia, Nietzsche observa en la transformación del arte griego un proceso de decadencia que trasciende lo estético: es el síntoma de un cambio en la forma de vida. La tragedia muere, y con ella muere la posibilidad de vivir trágicamente, es decir, de afirmar la existencia incluso en el dolor. En su lugar, surge una cultura de la adaptación, del discurso, del cálculo: una civilización envejecida, “voluble y estrafalaria”.

Este texto anticipa, en forma embrionaria, una de las grandes tesis nietzscheanas: que la historia de la cultura occidental es la historia del reemplazo de la nobleza vital por el resentimiento moral, de la tragedia por la comedia, del héroe por el esclavo. Lo que se pierde no es sólo un género artístico, sino una actitud ante la vida.

Bibliografía

  • Nietzsche, Friedrich. El nacimiento de la tragedia. Traducción de Andrés Sánchez Pascual. Madrid: Alianza Editorial, 2008.
  • Nietzsche, Friedrich. Sócrates y la tragedia, en Fragmentos póstumos (1869–1874). Ed. Giorgio Colli y Mazzino Montinari. Madrid: Tecnos, 2004.
  • Nietzsche, Friedrich. La genealogía de la moral. Traducción de Germán Cano. Madrid: Alianza Editorial, 2016.
  • Aristófanes. Las ranas, en Comedias. Madrid: Gredos, 1992.

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