Más allá del Mundo Verdadero: Nietzsche y los orígenes de la posmetafísica

The Twilight of Metaphysics. AI art
Introducción

En El ocaso de los ídolos, Nietzsche declara, de una vez y para siempre, la abolición del “mundo verdadero”. Esta sentencia, formulada en la sexta sección de Cómo el “mundo verdadero” acabó convirtiéndose en fábula, no es un mero gesto estilístico, sino el punto culminante de una larga genealogía filosófica. Al reconstruir la historia —y la posterior disolución— del dominio trascendente situado más allá de las apariencias, Nietzsche desmantela ambos polos del dualismo: el ideal suprasensible y su reflejo terrenal. Con ello, prepara el terreno para una filosofía que no se funda en el ser, sino en el devenir. La frase que cierra la parábola —“Incipit Zarathustra”— anuncia el comienzo de un nuevo modo de pensar: afirmativo, dinámico y liberado del andamiaje metafísico del platonismo y el cristianismo.

La historia de un error

El análisis en seis partes que Nietzsche presenta en El ocaso de los ídolos ofrece una genealogía sintética del concepto de “mundo verdadero”. En un inicio, este mundo se presenta como accesible solo a los sabios; luego, se difiere para los piadosos; más adelante, se convierte en un imperativo moral abstracto; posteriormente, se empieza a poner en duda; finalmente, se lo declara inútil… y se lo abole. La última sección reza:

“El ‘mundo verdadero’ —una idea que ya no sirve para nada, que ya no obliga a nada— una idea convertida en inútil, superflua, por tanto refutada: eliminémosla.
¡Eliminado el mundo verdadero!: ¿qué mundo queda? ¿el aparente tal vez?… ¡No! ¡con el mundo verdadero hemos eliminado también el aparente!”
(El ocaso de los ídolos, §6, Tecnos, 2008, p. 72).

Con este gesto, Nietzsche clausura el edificio metafísico construido sobre la dicotomía entre realidad e ilusión. El “error” no radica en la invención de la verdad como tal, sino en situarla en un más allá inaccesible a la experiencia. Al seguir esta línea evolutiva, Nietzsche revela el vaciamiento progresivo del concepto de verdad, transformando lo que fue un ideal rector en una ficción estéril.

Su martillo filosófico destruye tanto el orden celeste como el terrenal, ambos sostenidos por esa dicotomía. Al abolir el “mundo verdadero”, disuelve también el “aparente”, pues este no era más que su contraparte reactiva. Esta doble negación no deja un vacío, sino que despeja el espacio para la irrupción de Zaratustra: el vehículo poético de Nietzsche para repensar la existencia más allá de la metafísica.

Voluntad de poder y eterno retorno: fuerzas frente a esencias

La caída de la arquitectura metafísica exige un nuevo marco ontológico. Nietzsche responde con dos doctrinas complementarias: la voluntad de poder y el eterno retorno. Aunque distintas, ambas colaboran en desmontar la noción de sustancias fijas.

La voluntad de poder plantea que en el corazón de toda vida no hay una cosa, sino una fuerza, una tensión que tiende a crecer, dominar, transformarse. No se trata de un principio metafísico, sino de un prisma interpretativo a través del cual la realidad puede entenderse como un juego de fuerzas dinámicas. Nietzsche escribe:

“¡Este mundo es la voluntad de poder —y nada más! Y también vosotros sois esta voluntad de poder —y nada más!”
(La voluntad de poder, §1067, Alianza, 2015, p. 567).

Complementaria a esta idea es la noción del eterno retorno, presentada en La gaya ciencia. Se trata de un experimento mental que nos desafía a imaginar que vivimos nuestra vida una y otra vez, exactamente igual, en un bucle infinito. Esta repetición, sin progreso ni redención, anula toda esperanza teleológica de trascendencia. Es una prueba extrema de afirmación:

“¿Y si un día o una noche un demonio se deslizara furtivamente hasta tu más solitaria soledad y te dijera: ‘Esta vida, tal como ahora la vives y la has vivido, tendrás que vivirla todavía una vez más y muchas veces más’…” (La gaya ciencia, §341, Alianza, 2016, p. 277).

Estas doctrinas ofrecen una visión anti-esencialista del mundo como flujo: los valores no se descubren, se crean; no son fijos, sino en constante transformación.

Incipit Zarathustra: el inicio de la afirmación

La frase “Incipit Zarathustra” no marca solo el fin de un error, sino el inicio de un nuevo pensamiento. En Así habló Zaratustra, el profeta nietzscheano desciende de la montaña no con mandamientos, sino con desafíos: superar al hombre, abrazar el devenir, afirmar la vida incluso en sus aspectos más oscuros.

La muerte de Dios —nombre con el que Nietzsche designa la caída de todo fundamento trascendente del sentido— hace posible la transvaloración de todos los valores. Sin garantías metafísicas, los valores se vuelven interpretables, disputables, creables. En palabras del propio Nietzsche¿No deberíamos convertirnos en dioses al menos para parecer dignos de ello¹?” (La gaya ciencia, §125).

La entrada de Zaratustra señala un nuevo comienzo: no la sustitución de una doctrina por otra, sino una ruptura con la lógica misma de las oposiciones metafísicas.

¹ “Ello” se refiere a la muerte de Dios, el acontecimiento central del pasaje anterior donde Nietzsche declara: “¡Dios ha muerto! ¡Dios sigue muerto! Y nosotros lo hemos matado.”

De Nietzsche a Heidegger y Derrida

El gesto nietzscheano resuena con fuerza en la filosofía del siglo XX. Martin Heidegger, aunque considera a Nietzsche “el último metafísico”, lo reconoce también como quien lleva la metafísica a su consumación, y por ende, a su clausura. Como escribe Heidegger: “La filosofía de Nietzsche es la consumación de la metafísica occidental” (Nietzsche, vol. I, Alianza, 2000, p. 208).

Y, sin embargo, es precisamente esta consumación la que abre un camino más allá —hacia la pregunta por el ser mismo (Sein).

Jacques Derrida, heredero tanto de Heidegger como de Nietzsche, interpreta la historia del pensamiento occidental como una “metafísica de la presencia”. La abolición del “mundo verdadero” en Nietzsche pone en evidencia esta estructura, y abre así el camino para que Derrida desarrolle su noción de différance: el aplazamiento y la diferenciación constantes del sentido, que imposibilitan toda clausura definitiva. “No hay fuera del texto” (il n’y a pas de hors-texte), afirma Derrida en De la gramatología—una declaración que resuena con la desconfianza nietzscheana hacia cualquier origen metafísico.

Esta afirmación —según la cual no existe sentido fuera del juego de significantes— halla un claro paralelo en la sentencia de Nietzsche: “no hay nada fuera del todo” (es gibt nichts außer dem Ganzen), que igualmente niega todo fundamento trascendente o externo. Ambos insisten en que el sentido, ya sea textual o existencial, solo puede surgir en el interior de un sistema inmanente e interrelacionado.

La crítica filosófica de Nietzsche se convierte así en la condición de posibilidad de la deconstrucción: una invitación a pensar de otro modo, sin la muleta de fundamentos últimos.

Conclusión

Al declarar la muerte del “mundo verdadero”, Nietzsche desmantela la arquitectura metafísica sustentada en la oposición entre lo real y lo aparente. Al abolir tanto el ideal como su supuesto reflejo, no promueve el nihilismo, sino una nueva forma de afirmación. Sus doctrinas de la fuerza y del retorno despejan las ruinas de la trascendencia, abriendo espacio a nuevos valores arraigados en la vida misma. La potencia de ese gesto es duradera, y resuena aún en la obra de Heidegger y Derrida, quienes, cada uno a su manera, prolongan la tarea de pensar más allá de la tradición metafísica que Nietzsche, con fina ironía, declaró una fábula.

Bibliografía 

  • Derrida, J. (2020). De la gramatología (trad. Cristina de Peretti). Ediciones Cátedra.
  • Derrida, J. (2002). La escritura y la diferencia (trad. Patricio Lennard). Amorrortu Editores.
  • Heidegger, M. (2000). Nietzsche I. Alianza Editorial.
  • Nietzsche, F. (2015). La voluntad de poder (ed. G. Colli y M. Montinari, trad. A. Sánchez Pascual). Alianza Editorial.
  • Nietzsche, F. (2016). La gaya ciencia (trad. A. Sánchez Pascual). Alianza Editorial.
  • Nietzsche, F. (2008). El ocaso de los ídolos (trad. A. Sánchez Pascual). Tecnos.

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