Del ánima a la metafísica: La síntesis de Schiller y Schopenhauer en El nacimiento de la tragedia
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Schiller and Schopenhauer at Epidauro. AI art |
En el § 5 de El nacimiento de la tragedia, Nietzsche se pregunta cómo la poesía lírica, con su fuerte carga emocional y subjetiva, puede considerarse arte auténtico, que por definición debe superar el yo privado. Para explicarlo, pone en diálogo dos perspectivas: Schiller, que describe la génesis poética como un estado de ánimo musical sin objeto definido; y Schopenhauer, que entiende la melodía como una manifestación directa de la voluntad del mundo. Por separado, ambas visiones son incompletas. Nietzsche las fusiona y elimina la división entre ego y contemplación para mostrar la lírica como la unión primera y plena del fondo dionisíaco y la forma apolínea.
El “estado de ánimo musical” en Schiller
En una carta de 1795 dirigida a su amigo Körner, Schiller escribe: “El sentimiento carece en mí, al principio, de un objeto determinado y claro; éste no se forma hasta más tarde. Precede un cierto estado de ánimo musical, y a éste sigue después en mí la idea poética” (Schiller, 2005, p. 82). A Nietzsche no le interesa tanto la explicación tentativa que Schiller propone como el hecho que constata: el impulso creador es prelingüístico, afectivo, casi corporal. No hay imagen ni argumento que lo acompañen; el poeta experimenta simplemente una energía tonal que se resiste a la articulación. Nietzsche reconoce en esta tonalidad fundamental un impulso dionisíaco. El ritmo y la resonancia preceden al trazo de figuras reconocibles por Apolo. La nota de Schiller aporta así una prueba empírica de que la creación auténtica brota desde una capa más profunda que el pensamiento conceptual. Aunque Schiller no extrae de su confesión consecuencias metafísicas, su testimonio apoya la convicción nietzscheana de que la música es lo originario, la representación lo derivado (Nietzsche, 1872/1999).
El dualismo de Schopenhauer y sus límites
Medio siglo más tarde, Schopenhauer elabora una filosofía sistemática del arte. En El mundo como voluntad y representación llama a la melodía “la copia más inmediata de la voluntad misma” (Schopenhauer, 1966, p. 295). Pero cuando analiza el canto (el Lied), describe un estado híbrido: el cantante oscila entre apetitos personales —amor, pena, deseo— y breves ráfagas de contemplación sin voluntad suscitadas por el entorno natural. Como estas dos actitudes no se funden, Schopenhauer considera la lírica una especie de arte a medias, suspendido entre lo no-estético y lo bello.
Nietzsche valora la profundidad de la metafísica de la música de Schopenhauer, pero rechaza su juicio. La raíz del error está —para él— en la oposición persistente entre el deseo subjetivo y la visión objetiva. Si el arte supera realmente al ego, cualquier modelo que aún oscile entre la voluntad privada y la contemplación desapegada se equivoca de diagnóstico. Una vez que el flujo dionisíaco arrebata al creador, ya no queda voluntad individual alguna que pueda oponerse a nada: el yo empírico ha sido absorbido en la unidad primordial. Schopenhauer acierta en identificar la fuerza adecuada —la melodía como acceso a la realidad última—, pero no logra abandonar la psicología de la oscilación que mantiene vivo al ego.
La síntesis nietzscheana: profundidad dionisíaca y superficie apolínea
Nietzsche fusiona el indicio fenomenológico de Schiller con la intuición ontológica de Schopenhauer, pero elimina el dualismo que ambos comparten. El esquema resultante se despliega en dos momentos:
- Disolución dionisíaca.
El genio lírico es primero arrastrado por un oleaje musical sin forma. Biografía, intención práctica e incluso personalidad desaparecen en la marea del dolor y del placer primordiales —eco emocional del proceso del mundo—. El “estado de ánimo musical” de Schiller es reinterpretado aquí como inmersión en lo Uno. - Proyección apolínea.
Bajo el influjo de Apolo, esa música impersonal engendra imágenes, como chispas que brotan de una llama. Palabras, métrica e insinuaciones narrativas cristalizan en torno al eco musical. Pero lo crucial es que el “yo” que habla en el poema no es el autor histórico recuperado, sino una máscara a través de la cual resuena todavía Dioniso. Nietzsche escribe que ese “yo” habla “desde el abismo del ser”, no desde el recuerdo psicológico (Nietzsche, 1872/1999, p. 46).
A través de este doble reflejo, la lírica no aparece como compromiso, sino como la primera fusión consumada de los dos impulsos artísticos. La música proporciona intensidad elemental; la visión, forma. Como el yo empírico ha sido ya disuelto en el primer momento, no queda ningún conflicto entre querer y contemplar. Lo que Schopenhauer describe como corrientes alternantes se convierte, para Nietzsche, en un solo movimiento: la voluntad canta y luego contempla su propio eco, encantada por su nueva apariencia.
Arquíloco y la lógica de la máscara
Arquíloco hace visible esta lógica. Los críticos clásicos lo consideran el primer poeta “subjetivo”, lleno de odio y lujuria. Nietzsche responde: esas pasiones son proyecciones simbólicas, no confesiones personales. La figura furiosa que habla en los fragmentos es Dioniso con la máscara de “Arquíloco”. La lírica, por tanto, no es un arte mixto, sino la obra inaugural en la que el sujeto cósmico se contempla a sí mismo —y anticipa la síntesis aún más rica que será la tragedia.
Conclusión
Al poner en relación la modesta observación de Schiller sobre el estado creador con la grandiosa metafísica musical de Schopenhauer, Nietzsche construye una nueva genealogía de la expresión lírica. Schiller muestra —tal vez sin querer— que la poesía germina en una música sin objeto; Schopenhauer explica por qué este estado mucical se hunde bajo toda imagen. Nietzsche, finalmente, elimina el resto de dualismo que separa música y visión. Una vez eliminada esa escisión, el poema se revela como un espejo en el que lo Uno primordial se contempla —y se deleita— en su propio devenir. El autor individual no es más que el cristal pulido. Bajo esta luz, resuena con nuevo vigor la célebre sentencia de Nietzsche: “Sólo como fenómeno estético están eternamente justificados la existencia y el mundo”. Y la canción lírica, bien entendida, es la primera nota —resonante y eterna— de esa justificación cósmica.
Referencias
Nietzsche, F. (1999). El nacimiento de la tragedia (A. Sánchez Pascual, Trad.). Ediciones Cátedra. (Trabajo original publicado en 1872).
Schiller, F. (2005). Cartas seleccionadas (J. Gibbs, Trad.). Oxford University Press. (Carta original escrita en 1795).
Schopenhauer, A. (1966). El mundo como voluntad y representación (E. F. J. Payne, Trad.). Dover Publications. (Trabajo original publicado en 1819).
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