El alma del prompt: IA, talleres y la autoría como idea
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El arma oculta de Leonardo. AI art |
Durante siglos, crear una obra no siempre implicaba la intervención directa del artista. Hoy, tal vez ni siquiera requiera de una mano humana. La figura del creador como ejecutor material ha sido, históricamente, más la excepción que la regla. Desde los talleres renacentistas hasta las instalaciones digitales —y más recientemente, las obras generadas por inteligencia artificial—, la autoría se ha revelado como una noción escurridiza y profundamente cultural. ¿Qué diferencia hay entre un pintor que dicta instrucciones a un asistente y otro que formula un prompt para una IA? ¿Dónde reside, en última instancia, el acto artístico?
De los talleres al teclado: una continuidad histórica
En los siglos XVI y XVII, los pintores comenzaban como aprendices en talleres de maestros ya establecidos. Una vez reconocidos, abrían sus propios talleres y contrataban asistentes, quienes ejecutaban la mayor parte del trabajo —a veces la totalidad— bajo su supervisión. Hoy, en museos y galerías, se distingue entre obras “autógrafas” y aquellas atribuidas al “taller de…” Rembrandt, Rubens o Caravaggio, por ejemplo, delegaron grandes secciones —si no obras enteras— a sus aprendices, reservándose los rostros, las manos o el diseño general¹.
Incluso en casos más tardíos, como el de Henri Matisse, la ejecución fue delegada sin pérdida de autoría. Durante su convalecencia, Matisse dictaba verbalmente a sus asistentes cómo organizar los cutouts que compondrían obras como The Snail (1953). Él no recortó ni pegó los papeles: simplemente dirigió. Sin embargo, la obra es suya, porque su visión, criterio y estética están presentes en cada elección².
La analogía con el uso de inteligencia artificial es evidente: el artista ya no necesita ejecutar con sus propias manos para ser considerado autor.
Arte conceptual: la idea como centro
La tradición del arte conceptual refuerza esta disolución entre autoría y ejecución. Para Sol LeWitt, “the idea becomes a machine that makes the art”³. Sus murales no eran ejecutados por él, sino por equipos que seguían instrucciones precisas. La obra estaba en la idea, no en la mano que la trazaba.
Damien Hirst, con For the Love of God (2007), encargó la creación de una calavera platinada cubierta de diamantes. Él no incrustó una sola piedra, pero nadie discute su autoría. La obra nace de una intención, de un concepto, no del acto técnico⁴.
Incluso artistas textuales como Jenny Holzer o Lawrence Weiner concibieron obras que podían ser ejecutadas por otros o reproducidas en diferentes formatos sin perder su sentido original. La autoría ya no se vinculaba a la ejecución, sino a la dirección conceptual⁵.
¿Y si el asistente es una máquina?
¿Podemos entonces extender esta lógica a la inteligencia artificial? Funcionalmente, no hay una diferencia esencial entre un asistente humano que sigue instrucciones y una IA que responde a un prompt. Ambos ejecutan, ambos pueden ser corregidos, y ambos materializan una idea ajena. La diferencia es ontológica y cultural, no operativa.
A menudo se objeta que una IA carece de conciencia o de intención. Pero ¿acaso el asistente de Rubens tenía plena agencia? ¿O el orfebre de Hirst? Lo que nos incomoda no es la delegación, sino que el agente delegable sea no humano, no orgánico.
Aquí conviene recordar la container metaphor de George Lakoff y Mark Johnson en Metaphors We Live By (1980): concebimos la mente y el arte como contenedores de significado. Según esta metáfora, el artista “vuelca” algo de su interior —su alma, su visión— en la obra. Pero esta idea es, en sí, una construcción cultural⁶. ¿Hay realmente algo depositado en la materia de la obra? ¿O es la obra un punto de interacción entre códigos, miradas, y contextos?
El arte contemporáneo parece haber respondido: la ejecución no es el alma del arte. Duchamp ya lo había insinuado al firmar un urinario: el gesto, la firma, el contexto, son lo que transforma un objeto en obra.
Dalí y el cinismo de la firma
El caso de Salvador Dalí lleva esta lógica a un extremo provocador. Se cuenta que firmaba lienzos en blanco que luego otros ejecutaban sin supervisión⁷. ¿Es arte? ¿Es fraude? ¿O es una performance conceptual sobre la fetichización de la firma?
Desde una perspectiva postmoderna, Dalí dramatizaba lo que el mercado ya sabía: lo que se vende es el nombre, no la obra. Si Duchamp transforma un mingitorio en arte al recontextualizarlo, Dalí transforma una tela vacía en mercancía artística con su rúbrica.
Aunque este gesto pueda parecernos cínico, cuestiona —como Warhol o Koons más tarde— la obsesión moderna con la autenticidad manual y desplaza la atención hacia el juego de signos que conforman el valor de una obra.
¿Quién pinta cuando no pinta?
En esta cadena histórica, usar IA no parece ser una ruptura, sino una continuidad transformada. El artista que hoy da instrucciones a una IA no está haciendo algo esencialmente diferente a lo que hicieron LeWitt, Matisse, Hirst o incluso Dalí. Si el criterio de autoría es la intención estética, la curaduría de los resultados, y la visión conceptual, entonces el uso de una herramienta —humana o no— no debería afectar la legitimidad del acto artístico.
La autoría, entonces, no está en el trazo, sino en la elección y dirección. No en la ejecución, sino en la intervención crítica sobre los medios.
Como escribió Roland Barthes en La muerte del autor (1967), “el autor nace con el texto, no antes de él”⁸. Quizá hoy podamos decir que el artista nace con la forma en que orquesta signos, agentes y herramientas —humanas o artificiales— para producir sentido.
Notas
- Martin, John Rupert. Baroque. Harper & Row, 1977. Véase también: Van de Wetering, Ernst. Rembrandt: The Painter at Work. Amsterdam University Press, 1997.
- Flam, Jack. Matisse on Art. University of California Press, 1995.
- LeWitt, Sol. “Paragraphs on Conceptual Art.” Artforum, vol. 5, no. 10, 1967, pp. 79–83.
- Hirst, Damien. On the Way to Work. Faber & Faber, 2001.
- Godfrey, Tony. Conceptual Art. Phaidon Press, 1998.
- Lakoff, George, and Mark Johnson. Metaphors We Live By. University of Chicago Press, 1980.
- Dalí, Salvador. The Unspeakable Confessions of Salvador Dalí. William Morrow, 1976. Aunque la anécdota sobre la firma de lienzos en blanco es debatida, ha sido ampliamente difundida por críticos como Robert Descharnes y Ian Gibson.
- Barthes, Roland. “La mort de l’auteur.” Manteia, no. 5, 1967. Recogido en Image-Music-Text, Hill and Wang, 1977.
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