“Nomen est omen" ¿Qué encierra un nombre? —De la creencia antigua a la subversión literaria

Wilde and Shakespeare in The Globe. AI art

Introducción

Desde los nombres de bebés hasta las marcas o logotipos corporativos, pasando por novelas y titulares periodísticos, las personas suelen comportarse como si los nombres llevaran una carga oculta: un signo del destino, del carácter o de la verdad. Esta creencia milenaria se resume en la máxima latina nomen est omen, que se traduce como “el nombre es un signo” o, de forma más sugerente, “el nombre es una profecía”. Sugiere que los nombres no son simples etiquetas, sino pistas poderosas sobre la naturaleza o el destino de quienes los llevan.

Este artículo explora los orígenes de nomen est omen y luego examina cómo esta noción es tratada —y finalmente puesta en entredicho— en dos textos literarios canónicos: La importancia de llamarse Ernesto de Oscar Wilde y Romeo y Julieta de William Shakespeare. Wilde satiriza el atractivo performativo de nombrar, mientras que Shakespeare niega poéticamente su poder, ofreciendo dos críticas distintas a la idea de que los nombres revelan la esencia.

El origen de una creencia

La frase nomen est omen se remonta a la literatura romana, en particular a la comedia Persa de Plauto (verso 409), donde un personaje afirma que un nombre y un presagio son una misma cosa. Cicerón y otros autores clásicos repitieron la idea, que volvió a ganar popularidad durante el Renacimiento gracias a los Adagia de Erasmo. La idea subyacente —que los nombres son signos del destino— ha demostrado ser notablemente resistente al paso del tiempo.

Desde aptrónimos como Pilar de la Iglesia, apropiado para alguien del ámbito religioso, o Justo Juez, ideal para un magistrado, hasta el recurso periodístico conocido como determinismo nominativo, persiste la fascinación por la idea de que el nombre de una persona puede condicionar su destino. En sociedades tradicionales, los nombres solían evocar significados espirituales, familiares o mitológicos. Incluso hoy en día, los estrategas de marketing se obsesionan con asociaciones fonéticas capaces de influir en la psicología del consumidor.

Sin embargo, bajo el folclore yace una tensión filosófica más profunda: ¿son los nombres portadores de significado intrínseco o simples convenciones arbitrarias?

¿Espejos o máscaras?

La teoría lingüística ha lidiado durante mucho tiempo con esta pregunta. Ferdinand de Saussure argumentó que la relación entre el significante y el significado no es natural, sino convencional. El sentido, sostenía, no surge de propiedades intrínsecas, sino del sistema de diferencias entre los signos (Saussure, 1916/1983).

Esta visión lingüística se alinea con el nominalismo medieval, particularmente con las ideas de Guillermo de Ockham, quien sostenía que términos generales como “humano” o “justicia” no tienen existencia fuera de la mente; son atajos conceptuales para agrupar experiencias individuales (Ockham, 1990). En esta perspectiva, el lenguaje no refleja la realidad, sino que la organiza para fines prácticos.

Así, nomen est omen representa una creencia esencialista en la capacidad de los nombres para revelar la esencia, una creencia que tanto la lingüística moderna como la lógica medieval ponen en tela de juicio.

La parodia satírica de Wilde

Oscar Wilde ofrece una brillante parodia de nomen est omen en La importancia de llamarse Ernesto. Gwendolen Fairfax, uno de los personajes principales, insiste en que solo puede amar a un hombre llamado “Ernesto”. Elogia la musicalidad del nombre y declara que le inspira “una confianza absoluta”. Su afecto no se basa en el conocimiento personal, sino en el encanto de una sílaba.

En lugar de cuestionar su lógica, los protagonistas masculinos se apresuran a adoptar el nombre “Ernesto”. Jack, cuyo nombre real no es ese, inventa un hermano ficticio con ese alias; Algernon lo imita. Su éxito romántico depende por completo de la creencia de las mujeres en el valor simbólico del nombre.

Wilde convierte así la antigua máxima en una farsa. Los personajes no poseen sinceridad (earnestness), pero persiguen su significante —“Ernesto”— como si fuera la cosa misma. De este modo, anticipa teorías modernas sobre la performatividad, como las propuestas por J. L. Austin y Judith Butler, donde nombrar no describe una identidad preexistente, sino que la construye mediante un acto performativo (Butler, 1990).

En la obra de Wilde, el nombre no revela el carácter: lo fabrica.

El rechazo poético de Julieta

Shakespeare ofrece un contrapunto elocuente en Romeo y Julieta. En el Acto II, Escena 2, Julieta reflexiona sobre la arbitrariedad de los nombres:

“¿Qué hay en un nombre? Lo que llamamos rosa,
con cualquier otro nombre olería igual de dulce.”

“What’s in a name? That which we call a rose
By any other name would smell as sweet.”

Julieta sostiene que la esencia de Romeo no está ligada a su apellido familiar, “Montesco”, que conlleva el peso de una enemistad heredada. Sus virtudes seguirían intactas aunque tuviera otro nombre.

Este discurso, aunque profundamente lírico, expresa una postura filosófica clara: los nombres no definen la realidad, son marcadores impuestos por la sociedad que pueden distorsionarla. La reflexión de Julieta coincide, de manera intuitiva, con las ideas de Saussure y Ockham. El significado de “Montesco”, como el de cualquier signo lingüístico, no reside en la cosa nombrada, sino en su posición dentro de un sistema —en este caso, un sistema de enemistad.

Mientras Gwendolen queda cautivada por la superficie sonora del nombre, Julieta intenta desprenderse de esa superficie para alcanzar una identidad no sujeta a los lastres del lenguaje heredado.

Conclusión: El destino de una antigua máxima

La locución latina nomen est omen expresó en su momento una creencia en el poder mágico u ontológico de los nombres. Pero a medida que el lenguaje comenzó a entenderse en términos de convención, estructura y performance, esta creencia fue objeto de burla, cuestionamiento y desplazamiento.

En manos de Wilde, nomen est omen se convierte en el motor de una comedia social que expone cómo la identidad puede construirse mediante disfraces lingüísticos. En Shakespeare, se vuelve un obstáculo para el amor y la verdad —un velo que debe ser levantado. Estos dos autores, en registros distintos, dramatizan la tensión persistente entre la seducción de los nombres y las realidades que pueden ocultar o distorsionar.

Lejos de ser una superstición olvidada, nomen est omen sigue siendo un reflejo cultural: un impulso que la literatura mantiene vivo al examinarlo desde todos los ángulos posibles.

Referencias

Butler, J. (1990). Gender Trouble: Feminism and the Subversion of Identity. Routledge.

Ockham, W. de. (1990). Ockham’s Theory of Terms: Part I of the Summa Logicae (M. Loux, Trad.). University of Notre Dame Press. (Obra original publicada hacia 1323)

Saussure, F. de. (1983). Course in General Linguistics (R. Harris, Trad.). Duckworth. (Obra original publicada en 1916)

Shakespeare, W. (2008). Romeo and Juliet. En J. Bate & E. Rasmussen (Eds.), The RSC Shakespeare (pp. 947–980). Macmillan.

Wilde, O. (2001). The Importance of Being Earnest. En I. Small (Ed.), The Complete Works of Oscar Wilde (Vol. 2). Oxford University Press. (Obra original publicada en 1895)

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