Entre experimento mental y cosmología: una reconsideración del Eterno Retorno de Nietzsche

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Introducción

El concepto del Eterno Retorno de Friedrich Nietzsche sigue siendo una de las ideas más provocadoras y enigmáticas de su obra. ¿Se trata de una hipótesis metafísica sobre la naturaleza del tiempo, o más bien de un desafío ético-literario planteado al individuo? Desde hace tiempo, los lectores debaten esta tensión. Por un lado, la idea aparece como una prueba poética del compromiso con la vida; por otro, Nietzsche parece coquetear con la especulación cosmológica. Esta ambigüedad no es meramente casual: refleja el estilo aforístico de Nietzsche y su abrazo filosófico de los opuestos, como Dionisio y Apolo. Pero debemos preguntarnos: ¿la evidencia respalda ambas lecturas, o estamos proyectando una mirada moderna sobre Nietzsche?

El nacimiento literario del Eterno Retorno

Nietzsche introduce por primera vez el Eterno Retorno en La gaya ciencia (§341). Allí no lo presenta como una teoría, sino que lo dramatiza mediante un encuentro ficticio con un demonio:

“¿Qué pasaría si un día o una noche un demonio se deslizara furtivamente en tu más solitaria soledad y te dijera: ‘Esta vida, tal como tú ahora la vives y la has vivido, tendrás que vivirla todavía una vez y aun innumerables veces’...?”¹

Esta escena no tiene nada de científica. Pertenece al registro del mito, evocando la inquietante intimidad de un susurro nocturno. El demonio no afirma un hecho, sino que plantea un dilema: ¿abrazarías tu vida, en cada uno de sus detalles—sus alegrías, sufrimientos y humillaciones—para siempre?

Es una provocación existencial. En este contexto, el Eterno Retorno funciona como un espejo que no refleja lo que es el cosmos, sino el grado en que uno dice “sí” a la existencia. Es una prueba de la capacidad para el amor fati, el amor al destino. Aquí, el propósito de Nietzsche no es explicar cosmológicamente, sino confrontar éticamente.

¿Un eco científico? La voluntad de poder y el lenguaje de la fuerza

Años más tarde, Nietzsche vuelve a la idea en sus cuadernos. Un fragmento póstumo, recogido en La voluntad de poder, parece ofrecer una fundamentación científica:

“Si el mundo puede pensarse como una determinada cantidad de fuerza y como un número determinado de centros de fuerza (...), en un tiempo infinito, todo desarrollo posible debería haberse realizado ya alguna vez—y no sólo una vez, sino innumerables veces.”²

El lenguaje aquí es marcadamente distinto—mecanicista, casi matemático. Conceptos como “cantidad determinada”, “combinaciones” y “centros de fuerza” evocan una cosmovisión científica del siglo XIX. Pero Nietzsche introduce esta idea con un condicional: “Si el mundo puede pensarse como...”. No se trata de una afirmación dogmática, sino de un gesto hipotético, una metáfora especulativa envuelta en el léxico de la física.

El tono sigue siendo tentativo. Nietzsche, siempre receloso de la certeza metafísica, evita declarar el Eterno Retorno como verdad ontológica. En su lugar, contempla la posibilidad de que, si el tiempo y la fuerza se comportan de cierta manera, entonces la recurrencia se sigue. Pero no deja de ser un experimento mental, ahora revestido de ropajes científicos.

Nietzsche y la ciencia del siglo XIX

¿Fue el coqueteo de Nietzsche con la razón científica meramente retórico, o estaba enraizado en el pensamiento contemporáneo? La investigación demuestra que Nietzsche estuvo profundamente involucrado con los desarrollos científicos del siglo XIX y con la cosmología especulativa.

Admiraba a Roger Joseph Boscovich, físico y filósofo que reemplazó las nociones clásicas de sustancia por una teoría de campos de fuerzas dinámicas. En Más allá del bien y del mal (§12), Nietzsche lo menciona como alguien que vio a través del “prejuicio atomista”³. La idea de Boscovich, según la cual la materia se reduce a puntos de fuerza, ayudó a Nietzsche a imaginar un mundo dinámicamente estructurado, sin esencias fijas—una visión compatible con la recurrencia.

Johann Friedrich Herbart también influyó en Nietzsche, especialmente con su teoría del yo como una multiplicidad de fuerzas en interacción⁴. La psicología nietzscheana, centrada en impulsos en conflicto, refleja este pluralismo herbartiano.

Además, Nietzsche poseía y anotó obras de Heinrich Czolbe y Otto Caspari, ambos interesados en la historia natural y la cosmología. Caspari, en particular, defendía una visión cíclica de la naturaleza inspirada en el determinismo de Laplace. La biblioteca personal de Nietzsche muestra que se interesó activamente por estos pensadores, aunque permaneció crítico frente al materialismo reduccionista⁵.

Así, el uso nietzscheano de lo científico no fue ingenuo. Leía ampliamente y sintetizaba creativamente estas influencias. Pero nunca permitió que el pensamiento científico dictara su filosofía. Usó la ciencia como usó el mito: como provocación, no como prueba.

Conclusión: entre espejo y modelo

Entonces, ¿qué es el Eterno Retorno? ¿Una parábola moral? ¿Una cosmología física? La respuesta no está en elegir una sobre otra, sino en reconocer la ambigüedad deliberada que Nietzsche sostuvo. Su estilo resiste el cierre que busca la metafísica. El Eterno Retorno flota entre géneros: mito y mecánica, psicología y física.

Como recurso literario, funciona como un espejo. Como hipótesis especulativa, bosqueja un posible modelo del tiempo. No nos pide creer, sino confrontar. ¿Viviríamos nuestra vida otra vez—exactamente como es—por toda la eternidad?

Al mantener esta pregunta abierta, Nietzsche realiza el propio Eterno Retorno de su pensamiento: volver, una y otra vez, al desafío de la afirmación.

Notas

  1. Friedrich Nietzsche, La gaya ciencia, §341, trad. Andrés Sánchez Pascual (Madrid: Alianza Editorial, 2006).
  2. Friedrich Nietzsche, La voluntad de poder, fragmento 1066, trad. Andrés Sánchez Pascual (Madrid: Ed. Tecnos, 2003).
  3. Friedrich Nietzsche, Más allá del bien y del mal, §12, trad. Andrés Sánchez Pascual (Madrid: Alianza Editorial, 2007).
  4. Véase Robin Small, Nietzsche and Herbart: Psychology and Philosophy (Oxford: Oxford University Press, 2001).
  5. Gregory Moore, Nietzsche, Biology and Metaphor (Cambridge: Cambridge University Press, 2002), especialmente capítulo 2.

 

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