De la catarsis al caos: Aristóteles, Nietzsche y Freud sobre lo irracional en la tragedia
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Desde la visión ética de Aristóteles sobre la tragedia como purificación racional de las pasiones, pasando por la celebración nietzscheana del caos trágico hasta el descenso freudiano al inconsciente, la evolución de lo dionisíaco revela una comprensión cada vez más profunda de las fuerzas irracionales que operan en el arte y la vida.
Introducción
La historia del pensamiento occidental está marcada por impulsos alternantes: estructurar la experiencia mediante la razón y sumergirse en el abismo de la sinrazón. Esta tensión se manifiesta claramente en la teoría de la tragedia. Para Aristóteles, la tragedia es un instrumento moral: una forma de imitación (mímesis) destinada a regular las emociones a través de un proceso de catarsis. En contraste, Nietzsche y Freud reavivan la dimensión dionisíaca de la existencia humana, presentando la tragedia no como una corrección ética, sino como una confrontación con el caos, el sufrimiento y el inconsciente. Desde el drama ordenado hasta la ruptura extática, sus respectivas filosofías desafían el paradigma clásico y proponen una visión más compleja de los impulsos humanos, el deseo y la vida simbólica.
Aristóteles y la tragedia racional
En La poética, Aristóteles define la tragedia como "una imitación de una acción noble y completa, que tiene cierta extensión; en un lenguaje adornado... que, mediante la compasión y el temor, logra la purificación de tales emociones"¹. Esta definición no implica una mera indulgencia emocional; es una pedagogía. La tragedia, para el Estagirita, opera como parte de un proyecto ético. Al leerla junto con la Ética a Nicómaco, queda claro que la catarsis sirve para refinar la vida emocional, haciéndola receptiva a la razón. Así, la tragedia civiliza las pasiones, preparando al ciudadano para participar en la vida racional de la polis.
Incluso al reconocer los orígenes dionisíacos de la tragedia —"los líderes del ditirambo"¹—, Aristóteles transforma la posesión divina en acción medida. El frenesí da paso a la hamartía, y el ritual se convierte en paideia. Dioniso sobrevive solo como una figura distante: no un dios de la locura y la ruptura, sino un antepasado domesticado del telos ético del arte.
Nietzsche y el renacimiento de lo dionisíaco
El nacimiento de la tragedia de Nietzsche rompe esta contención. Propone un origen dual de la tragedia griega en dos impulsos artísticos: lo apolíneo y lo dionisíaco. Apolo representa la claridad, el orden, la forma: la idealidad onírica. Dioniso, en cambio, simboliza la embriaguez, la disolución de límites, la unidad primordial de sufrimiento y éxtasis.
La verdadera tragedia surge de la interacción dinámica de estas fuerzas. No es una herramienta de purificación moral, sino una celebración de las contradicciones de la vida. Como escribe Nietzsche, "solo como fenómeno estético están justificados eternamente la existencia y el mundo"². El coro en la tragedia no refleja el miedo del público, sino que expresa el exceso incontenible de la vida. Dioniso no es reprimido: renace.
Para Nietzsche, el racionalismo socrático y el drama euripídeo señalan el declive de este equilibrio. La forma artística trágica degenera en psicología y moralidad. Al reintroducir a Dioniso, Nietzsche busca rescatar la modernidad de su racionalismo desencantado. Lo trágico ya no es una lección de moderación, sino una danza al borde del abismo.
Freud y la pulsión de muerte
La teoría psicoanalítica de Freud ofrece un enfoque paralelo pero distinto sobre lo irracional. Inicialmente dominado por el principio del placer, Freud introduce más tarde una fuerza más oscura: la pulsión de muerte, o Thanatos. Esta pulsión contradice al yo racional y la fe ilustrada en el progreso. Según Freud, "el objetivo de toda vida es la muerte"³.
Eros y Thanatos reflejan, en otro registro, la dicotomía apolíneo-dionisíaca. Eros une, crea, mantiene la forma. Thanatos desintegra, repite, retorna a un estado inorgánico. La tragedia, vista psicoanalíticamente, escenifica la lucha entre estas pulsiones. La caída del protagonista no es un fracaso moral, sino la erupción de un conflicto psíquico más profundo.
Freud y Nietzsche convergen en su énfasis en el sufrimiento como constitutivo de la vida. Pero mientras Nietzsche afirma el sufrimiento como parte de la voluntad de poder, Freud lo ve como el síntoma de una represión interna. Si Nietzsche reclama a Dioniso, Freud lo disecciona. Lo trágico ya no es heroico; es diagnóstico.
Del arte ético a la exposición psicológica
Tanto Nietzsche como Freud representan una ruptura con la visión aristotélica de la tragedia como entrenamiento ético. Para Nietzsche, el héroe trágico revela el horror sublime de la existencia e invita a abrazarlo. Para Freud, el héroe revela la fragilidad de la psique y las fuerzas subterráneas que socavan la razón.
En este sentido, el psicoanálisis se convierte en una forma moderna de ritual trágico. Reemplaza el escenario por el diván, el coro por la repetición y la transferencia. Al igual que la tragedia, expone lo que la cultura reprime, restaurando el caos en el orden de lo simbólico.
En contraste con la purificación razonada de Aristóteles, Nietzsche y Freud ofrecen respuestas al sufrimiento que son estéticas y terapéuticas, no morales. Cada uno, a su manera, reemplaza la idea de claridad ética por la afirmación —o el análisis— de la contradicción, la inestabilidad y el deseo irracional.
Conclusión: hacia una conciencia trágica más profunda
Desde el racionalismo clásico hasta la psicología profunda moderna, la evolución de la tragedia refleja actitudes cambiantes hacia el sufrimiento, el caos y el inconsciente. Aristóteles veía la tragedia como una escuela de emociones, Nietzsche como un himno a la crueldad de la vida y Freud como un espejo de la tensión psíquica.
Mientras Aristóteles buscaba educar a través de la forma, Nietzsche aspiraba a despertar mediante el éxtasis y Freud a sanar mediante el análisis. Cada uno, entonces, habla de diferentes concepciones de los límites humanos: la polis, el abismo y el inconsciente. La tragedia, lejos de resolverse, sigue siendo un lugar donde nuestras verdades en conflicto sobre la condición humana colisionan.
Notas
- Aristóteles, Poética, traducción de José Goya y Muniain, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, Alicante, 2002.
- Friedrich Nietzsche, El nacimiento de la tragedia, traducción de Andrés Sánchez Pascual, Alianza Editorial, Madrid, 2004.
- Sigmund Freud, Más allá del principio del placer, traducción de Joaquín Chamorro Mielke, Ediciones Akal, Madrid, 2020.
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