Soñar contra la realidad: El artista naíf de Nietzsche y la inversión de la estética platónica
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Dalí’s Homer. AI art |
En El nacimiento de la tragedia, Friedrich Nietzsche introduce una tesis provocadora: las verdades más profundas no se encuentran en la realidad de la vigilia, sino en las ilusiones cuidadosamente elaboradas del arte y los sueños. Frente a la larga desconfianza occidental hacia la ilusión—expresada con mayor fuerza por Platón—Nietzsche deposita su fe en el “artista naíf”, quien canaliza la fuerza apolínea de la forma estética para redimir la existencia de su sufrimiento inherente. A través de esta inversión metafísica, Nietzsche construye una filosofía en la que la apariencia no es engaño, sino salvación.
La facultad onírica apolínea y el artista ingenuo
En el corazón de la visión de Nietzsche se encuentra el principio apolíneo, asociado con la luz, la forma y la fuerza embellecedora del sueño. Apolo, dios de la claridad radiante y de la ilusión mesurada, da forma estética al caos subyacente de la vida. Nietzsche escribe:
“Siempre que nos encontramos con lo ‘ingenuo’ en el arte, debemos reconocer el efecto más elevado de la cultura apolínea… mediante poderosas y deslumbrantes representaciones e ilusiones placenteras” (El nacimiento de la tragedia, Nietzsche, 1872/2000, p. 18).
Lo “ingenuo” aquí no debe confundirse con la inocencia o la ignorancia. Más bien, representa un triunfo de la forma estética sobre el sufrimiento existencial. Nietzsche presenta a Homero como el ideal de tal arte naíf. Homero se relaciona con su cultura apolínea, explica Nietzsche, del mismo modo que un artista onírico se relaciona con la facultad de soñar de un pueblo o de la Naturaleza: él hace visible la ilusión colectiva, dando forma a las visiones inconscientes de una cultura en estructuras míticas perdurables.
Sueño lúcido y el olvido de la realidad
Nietzsche profundiza esta analogía recurriendo a la experiencia del sueño lúcido. El soñador, consciente de que está soñando, elige sin embargo permanecer inmerso en la ilusión. Este acto se convierte en una metáfora de la creación estética: el artista, también, sostiene conscientemente la ilusión por su poder redentor. Como afirma Nietzsche:
“Para poder soñar con esta alegría interior… debemos haber olvidado por completo el día y su terrible impertinencia” (Nietzsche, 1872/2000, p. 20).
Este olvido de la realidad empírica no es escapismo, sino una necesidad existencial. El alma no busca el gozo en la verdad, sino en las apariencias que transfiguran la verdad del sufrimiento en algo soportable e incluso bello. La tarea del artista es mantener esa ilusión, permitiéndonos vivir en un mundo que, de otro modo, nos aplastaría con su caos y su dolor.
Inversión metafísica: la vida onírica por sobre la vigilia
Aquí, Nietzsche realiza un giro metafísico radical. Mientras que la mayoría de las tradiciones filosóficas privilegian la vida de vigilia como el dominio de lo real y consideran los sueños como meras ilusiones, Nietzsche invierte esta jerarquía. Afirma que la realidad metafísica más profunda—lo que llama la “Unidad Primordial” (Ur-Eine)—se encuentra más allá tanto de la conciencia onírica como de la consciente. Este fondo primordial, extraído del concepto de Voluntad en Schopenhauer y arraigado en la distinción kantiana entre fenómenos y noúmenos, es caótico, irracional y está marcado por un sufrimiento perpetuo.
Y sin embargo, Nietzsche escribe:
“Si tan sólo puede aferrarse a ella, el hombre de los sueños es capaz de salvarse por medio de la ilusión de los espasmos de la voluntad del mundo” (El nacimiento de la tragedia, Nietzsche, 1872/2000, p. 21).
Aquí, la ilusión no es engaño, sino redención. El artista, como el soñador, es capaz de transfigurar el sufrimiento en belleza al sostener la apariencia estética frente a la dureza de la realidad.
Según este esquema, el arte ingenuo y la vida onírica no son distorsiones de la verdad, sino apariencias de segundo orden—“apariencias de la apariencia”—que cumplen una función más profunda que la conciencia racional. Ofrecen consuelo metafísico al reorganizar el caos en forma, dando estructura a lo insoportable mediante la visión estética redentora.
Invirtiendo a Platón: el arte como ilusión necesaria
Esta visión coloca a Nietzsche en confrontación directa con la estética de Platón, en particular en La República. Platón sostiene que el arte está “dos veces alejado de la verdad”: primero, porque imita objetos físicos (que a su vez son copias de las Formas eternas); segundo, porque representa estas imitaciones a través de la apariencia (Platón, ca. 380 a.C./2008, Libro X). Para Platón, el arte es seductor y engañoso. Apela al alma irracional y amenaza la búsqueda de la verdad filosófica.
Nietzsche conserva esta misma estructura, pero invierte su valor. El alejamiento del arte respecto de la realidad empírica no es un defecto, sino una fortaleza. La “apariencia de la apariencia” se convierte en la forma más poderosa de verdad—una ilusión redentora que permite a la vida afirmarse a pesar de su núcleo trágico. Como escribe Nietzsche más tarde en sus cuadernos:
“Tenemos el arte para no morir a causa de la verdad” (La voluntad de poder, Nietzsche, 1901/1968, §822).
Donde Platón aboga por la expulsión del poeta, Nietzsche exige la celebración del artista.
La advertencia de Derrida: Nietzsche y la metafísica de la presencia
A pesar de la inversión radical de las jerarquías metafísicas, Jacques Derrida señala que el pensamiento temprano de Nietzsche no escapa completamente de la metafísica. El concepto nietzscheano de la Ur-Eine, por ejemplo, permanece como una forma de metafísica de la presencia—un origen oculto debajo del juego de las apariencias. Aunque Nietzsche desafía los valores tradicionales, sigue postulando un fundamento privilegiado del ser, por caótico o no racional que sea (Derrida, 1974). Así, Nietzsche invierte a Platón, pero aún no deconstruye completamente su estructura.
Conclusión
La estética temprana de Nietzsche, tal como
se presenta en El nacimiento de la tragedia, eleva la ilusión a una
fuerza redentora. El artista ingenuo, el soñador lúcido y la facultad onírica
de un pueblo colaboran en la creación de apariencias de orden superior que
transforman el sufrimiento en belleza. Frente a la sospecha platónica de la imitación
y la supuesta distancia del arte respecto de la verdad, Nietzsche sostiene que
dicha distancia es precisamente lo que nos permite soportar lo insoportable.
Sin embargo, como recuerda Derrida, la presencia de la Unidad Primordial
muestra que Nietzsche aún no ha abandonado por completo el pensamiento
metafísico. Aun así, su revalorización de la ilusión marca un momento decisivo
en el pensamiento moderno: el comienzo de una filosofía que valora la
apariencia por sobre lo que es.
Referencias
Derrida, J. (1974). De la gramatología
(Trad. de G. C. Spivak). Johns
Hopkins University Press.
Nietzsche, F. (1872/2000). El nacimiento de la
tragedia (Trad. de D. Smith). Oxford University
Press.
Nietzsche, F. (1901/1968). La voluntad de poder (Trad. de W. Kaufmann y
R. J. Hollingdale). Vintage.
Platón. (ca. 380 a.C./2008). La República (Trad. de R. Waterfield).
Oxford University Press.
Schopenhauer, A. (1819/1966). El mundo como voluntad y representación
(Trad. de E. F. J. Payne). Dover Publications.
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