Un Lenguaje Propio: La Autocrítica de Nietzsche y la Lógica Saussuriana de la Semántica Filosófica

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Introducción: El Arrepentimiento por los Conceptos Prestados

En 1886, más de una década después de la publicación de El nacimiento de la tragedia, Friedrich Nietzsche volvió sobre su obra temprana con un prólogo de aguda autoconciencia titulado Intento de una autocrítica. En el §6 de esta mirada retrospectiva, escribe:
“Ahora me pesa no haber tenido entonces aún el valor (¿o la arrogancia?) de permitirme en todo respecto un lenguaje propio (eine eigne Sprache) para un punto de vista tan individual y empresas tan osadas; que me haya esforzado por expresar valoraciones extrañas y nuevas con fórmulas tomadas de Schopenhauer y Kant, lo cual iba fundamentalmente contra el espíritu de Kant y Schopenhauer, ¡y también contra su gusto!”¹

No se trata de una simple admisión de timidez juvenil o de un fracaso retórico. Nietzsche articula una intuición más profunda: que los lenguajes conceptuales heredados no son instrumentos neutros, sino sistemas estructurados con restricciones internas. Al intentar expresar ideas nuevas con la terminología filosófica de Kant y Schopenhauer, traicionó sin querer tanto sus marcos como su propio pensamiento emergente. Su arrepentimiento apunta a un principio semiótico de amplias implicaciones: el significado filosófico está determinado por el sistema, al igual que el significado lingüístico.

La Alienación Semántica de Nietzsche

La frustración de Nietzsche no radica solo en haber tomado términos de pensadores con los que estaba en desacuerdo, sino en darse cuenta de que esos términos no podían soportar el peso de sus nuevas intuiciones. Lo que lamenta es una forma de alienación semántica: la experiencia de estar conceptualmente exiliado dentro de su propio proyecto. El Ding an sich de Kant y la voluntad de Schopenhauer no eran nociones filosóficamente inertes; estaban cargadas de compromisos, valores y supuestos metafísicos ajenos a la cosmovisión que Nietzsche estaba desarrollando.

No se trata meramente de una discordancia léxica. El fracaso que describe atañe a la imposibilidad estructural de un marco conceptual para acomodar intuiciones nacidas fuera de su lógica interna. El arrepentimiento de Nietzsche es, entonces, el reconocimiento de que hablar el lenguaje de un antecesor filosófico arrastra inevitablemente la arquitectura subyacente de ese sistema: sus reglas, sus exclusiones, su metafísica implícita.

Saussure y la Dependencia Sistémica del Significado

Para entender mejor el alcance de la queja de Nietzsche, podemos acudir a un pensador que él nunca leyó: Ferdinand de Saussure. En su Curso de lingüística general, Saussure argumenta que el significado en el lenguaje no surge de una conexión directa entre palabra y objeto. Los signos lingüísticos adquieren valor por la diferencia: por lo que una palabra no es. Cada término tiene sentido solo dentro de la totalidad de un sistema —lo que Saussure llama la langue, la red estructurada de relaciones que hace inteligible el habla.²

Por ejemplo, la palabra “árbol” no significa por un vínculo natural con el objeto que nombra, sino porque se diferencia de “arbusto”, “flor” y “planta”. Su identidad es relacional, no absoluta.

La analogía con la filosofía es poderosa. Cada escuela filosófica funciona como un universo semántico estructurado, donde los conceptos obtienen significado de su interdependencia. Términos como “sustancia”, “apariencia”, “libertad” o “voluntad” no son herramientas neutrales; están históricamente y sistemáticamente arraigados. Como en el lenguaje, su inteligibilidad depende de las oposiciones internas y los valores del sistema al que pertenecen.

El Lenguaje Filosófico como Invención Estructural

La intuición de Nietzsche anticipa esta lógica estructuralista. Al reconocer que la terminología prestada sofocaba en lugar de servir a su pensamiento, señala la necesidad de construir un vocabulario filosófico propio —un idioma conceptual cuyas relaciones internas reflejen y posibiliten las ideas que busca expresar.

Las obras tardías de Nietzsche ejemplifican esto. Términos como voluntad de poder, eterno retorno, perspectivismo y transvaloración de todos los valores no son meras consignas aisladas. Forman una red interconectada —una nueva gramática filosófica— en la que cada noción redefine y es redefinida por las demás. En este sentido, Nietzsche no solo inventó nuevas respuestas a viejas preguntas; creó un nuevo espacio desde el cual preguntar.

Esto es comparable a lo que hizo Saussure al acuñar los términos signifiant (significante) y signifié (significado). Estos neologismos eran necesarios porque los lenguajes filológicos anteriores no podían articular su teoría del lenguaje como sistema relacional. Los conceptos posteriores de Nietzsche cumplen una función similar: abren un terreno conceptual donde intuiciones antes inexpresables pueden tomar forma.

Sistemas Semánticos y el Problema de la Traducción

Comprender la filosofía como un sistema de términos interrelacionados, más que como un conjunto suelto de conceptos, cambia nuestra forma de leer, interpretar y criticar. Muchos malentendidos filosóficos surgen de la transferencia ingenua de términos entre marcos conceptuales incompatibles —una trasplantación anacrónica que aplana el significado. Esto se asemeja a traducir modismos entre lenguas con supuestos culturales y estructurales distintos. Así como “estirar la pata” no puede traducirse literalmente sin pérdida, términos como “voluntad”, “libertad” o “verdad” no viajan limpiamente entre fronteras filosóficas.

El fracaso temprano de Nietzsche, en sus propios términos, fue haber hablado demasiado pronto en una lengua que aún no era la suya. El error más profundo fue epistemológico: creer que podía expresar valores nuevos con el andamiaje semiótico de sistemas ajenos. Su obra posterior corrige esto construyendo una nueva langue, cuya lógica interna refleja los valores que buscaba afirmar.

Conclusión: La Ética de la Expresión Filosófica

La autocrítica de Nietzsche subraya un punto metodológico más amplio: comprender a un filósofo no es solo descifrar sus términos, sino habitar su mundo conceptual. Las revoluciones filosóficas no son simplemente cambios de opinión, sino reorganizaciones del espacio semántico. Cada nuevo sistema exige no solo nuevas respuestas, sino una reconfiguración de lo que cuenta como pregunta, distinción o valor.

Esta realización tiene implicaciones profundas. Cuestiona la idea de que los conceptos filosóficos son universalmente aplicables en todos los contextos. En su lugar, reclama una atención hermenéutica a la gramática interna del sistema de cada pensador. Pensar filosóficamente, desde esta perspectiva, no es solo argumentar —es construir, habitar y ser fiel a las estructuras semióticas únicas que hacen posible el pensamiento.

Notas

1.      Friedrich Nietzsche, El nacimiento de la tragedia, “Intento de una autocrítica”, §6.

2.      Ferdinand de Saussure, Curso de lingüística general, trad. Roy Harris (Londres: Duckworth, 1983).

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