¿Doble engaño o doble consuelo? Platón, Nietzsche y el destino del arte

Nietzsche in Athens. AI art

Introducción

En la historia del pensamiento occidental, pocos temas han despertado tanta admiración y sospecha como el arte. Tanto Platón como Nietzsche lo abordan en profundidad, situándolo en relación con la verdad, la ilusión y la condición humana. Curiosamente, ambos coinciden en un diagnóstico estructural: el arte se encuentra alejado de la realidad. Sin embargo, extraen de ello conclusiones opuestas. Donde Platón ve engaño y peligro moral, Nietzsche percibe afirmación y redención estética. El propósito de este ensayo es explorar esta divergencia comparando sus supuestos metafísicos, modelos psicológicos y valoraciones éticas de la ilusión.

Antecedentes metafísicos: el mundo subyacente

La desconfianza de Platón hacia el arte se origina en su teoría de las Ideas (o Formas). En este marco, la realidad genuina consiste en Ideas inmutables —como la Belleza, la Justicia o el Bien. El mundo visible es solo una copia derivada, llena de imperfección y cambio. Las cosas que percibimos —un árbol, una cama, un cuerpo— participan en sus respectivas Formas solo de manera imperfecta. Por tanto, la realidad se encuentra más allá del mundo empírico, en un ámbito accesible solo a través de la razón.

Nietzsche, en cambio, en El nacimiento de la tragedia, formula una metafísica trágica influida por el concepto de la Voluntad en Schopenhauer y la distinción entre fenómeno y noúmeno de Kant. Debajo de las apariencias yace un fondo primordial caótico del ser: la Ur-Eine, o “Unidad Primordial”. Esta Unidad metafísica es eternamente sufriente y contradictoria, una fuerza que busca, en palabras del propio Nietzsche, la “redención a través de la apariencia” (Nietzsche, 1993, pp. 20–21). Mientras Platón alienta el ascenso hacia la verdad, Nietzsche insiste en la necesidad de un velo que haga soportable esa verdad.

Copia de una copia vs. apariencia de una apariencia

La crítica más famosa de Platón al arte aparece en La República, libro X. Allí explica que un artesano (como un carpintero) fabrica un objeto físico —una cama— basado en la Idea de la Cama, que existe en el mundo de las Formas. El pintor, sin embargo, no imita la Idea, sino el producto del artesano. Por tanto, las representaciones artísticas son copias de copias—dos veces alejadas de la verdad.

Como resume Michael Hauskeller: “El artista no imita el ser, sino solo la apariencia”, produciendo “la imagen de una imagen” (Hauskeller, 2015, p. 11). Debido a este alejamiento, Platón sostiene que el arte no solo carece de valor epistémico, sino que también pone en riesgo el alma, alejándola de la verdad.

Nietzsche adopta un esquema estructuralmente similar, pero invierte su significado. En los §§3–4 de El nacimiento de la tragedia, traza una jerarquía metafísica en la que cada nivel se construye sobre una ilusión.

En este orden, lo que llamamos realidad —nuestra experiencia cotidiana, en estado de vigilia— es ya una apariencia, no la cosa en sí. El arte, a su vez, representa esa realidad superficial, ofreciendo una versión elaborada de lo que ya es ilusión. El arte ingenuo y la vida onírica van aún más lejos: no representan el mundo directamente, sino las representaciones ya mediadas por el arte o la percepción. Son ilusiones de ilusiones—pero para Nietzsche, esa distancia con respecto a la realidad empírica les confiere una profundidad metafísica y existencial aún mayor.

Desde esta perspectiva, el arte no se limita a representar el mundo; pone en escena una ilusión de segundo orden que reconfigura la realidad en lugar de simplemente reflejarla. Para Nietzsche, cuanto más alejada esté una imagen de la superficie cruda de la vida, más capaz será de transfigurar el sufrimiento en belleza. Donde Platón ve peligro en la duplicación, Nietzsche ve una fuerza redentora en la distancia estética. Homero, como arquetipo del artista ingenuo, no refleja la realidad sino que construye un mundo habitable—una imagen onírica tan vívida que redime el peso insoportable de la existencia.

El alma: ¿corrupción o consuelo?

La ética estética de Platón se deriva de su modelo tripartito del alma: la razón (logistikon) debe gobernar el todo, asistida por el ánimo o espíritu (thymos), mientras que el deseo o apetito (epithymia) debe permanecer subordinado. El arte, según él, estimula las partes inferiores del alma, especialmente la emoción y el deseo, alterando el orden racional. Como advierte en La República 605d, el arte “alimenta y riega las pasiones en vez de secarlas”. El poeta mimético, al inflamar impulsos irracionales, amenaza la armonía del alma justa.

Nietzsche no ofrece una división comparable de las facultades psíquicas, pero su teoría de los impulsos apolíneo y dionisíaco funciona como una especie de psicología estética. Lo apolíneo crea forma, orden y belleza; lo dionisíaco encarna éxtasis, disolución y sufrimiento. El arte surge como un equilibrio delicado entre ambos. En lugar de suprimir lo irracional, Nietzsche considera que la forma estética permite visibilizar el caos dionisíaco y hacerlo soportable. El arte no engaña al alma—la consuela y fortalece.

Como escribe Nietzsche en el §3 de El nacimiento de la tragedia: el artista ingenuo triunfa a través de la ilusión, creando representaciones deslumbrantes que velan la profundidad del sufrimiento del mundo. Esto no es cobardía, sino una fuerza afirmadora de la vida. El alma, en la visión de Nietzsche, sobrevive no a pesar de la ilusión, sino precisamente gracias a ella.

Belleza: ¿ascenso o velo?

La belleza ocupa una posición privilegiada para ambos pensadores, aunque con implicaciones radicalmente distintas. Para Platón, la belleza despierta eros, el anhelo que comienza con la atracción sensible pero que puede culminar en la contemplación filosófica de la Forma de la Belleza (El Banquete, Fedro). La belleza no es, por tanto, engañosa, sino ambivalente: puede elevarnos o arrastrarnos hacia la distracción sensual. Su legitimidad depende de su función orientadora hacia el Bien.

Nietzsche, sin embargo, rechaza esa escalera teleológica. Para él, la belleza no es un puente hacia un más allá metafísico, sino la superficie misma que debemos aprender a amar. Como declara en sus cuadernos póstumos:

“Tenemos el arte para no morir a causa de la verdad.” (La voluntad de poder, §822)

La ilusión apolínea no es una evasión de la realidad, sino una forma de afrontarla indirectamente, filtrada a través de imágenes que hacen la vida estéticamente tolerable. La ilusión se convierte no en enemiga de la verdad, sino en su medio necesario.

La crítica de Derrida: ¿escapa Nietzsche de la metafísica?

A pesar de la audaz revalorización nietzscheana de la ilusión, Jacques Derrida se pregunta si realmente escapa de la metafísica de la presencia. En De la gramatología, Derrida argumenta que Nietzsche sigue postulando un fondo metafísico—la Ur-Eine—que subyace a todas las apariencias. Incluso si Nietzsche valora más la ilusión que la esencia, retiene aún la estructura de origen y representación. Así, invierte el sistema de valores de Platón, pero permanece dentro de su arquitectura.

Según Derrida, una verdadera deconstrucción no consiste en invertir la jerarquía, sino en desmontar la lógica misma de la presencia, el origen y la profundidad. En este sentido, Nietzsche queda a medio camino de la liberación, todavía a la sombra del sistema que intenta subvertir.

Conclusión

Platón y Nietzsche ofrecen dos filosofías del arte estructuralmente simétricas y éticamente inversas. Ambos coinciden en que el arte está alejado de la realidad, que se ocupa de imágenes más que de verdades. Pero para Platón, ese alejamiento representa una caída, un distanciamiento del Ser; para Nietzsche, un vuelo necesario, un acercamiento a una existencia soportable. El primero expulsa al poeta; el segundo lo celebra como el artista de los sueños de la cultura.

En la metafísica de Platón, la verdad se oculta detrás del velo de las apariencias; en la estética de Nietzsche, la verdad requiere ese velo para ser soportada. La ilusión es o bien una amenaza moral o una necesidad existencial. En última instancia, el destino del arte—y nuestra postura ante él—depende de cómo respondamos a esta pregunta: ¿debe la vida ajustarse a la verdad, o debe la verdad ser transformada para que la vida sea posible?

Referencias

Derrida, J. (1974). De la gramatología (G. C. Spivak, trad.). Johns Hopkins University Press.

Hauskeller, M. (2015). Was ist Kunst? Positionen der Ästhetik von Platon bis Danto. C.H. Beck.

Nietzsche, F. (1993). El nacimiento de la tragedia (D. Smith, trad.). Oxford University Press. (Obra original publicada en 1872)

Nietzsche, F. (1968). La voluntad de poder (W. Kaufmann y R. J. Hollingdale, trad.). Vintage.

Platón. (2008). La República (R. Waterfield, trad.). Oxford University Press. (Obra original ca. 380 a. C.)


 

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