No Pain, No Gain? Nietzsche, Freud y la alquimia del sufrimiento
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Winter Field with Crows – In the Style of C. D. Friedrich (AI Art) |
Introducción
¿Puede el sufrimiento enseñarnos algo? Si así fuera, ¿no estaría el mundo lleno de sabios? Una frase atribuida a Sigmund Freud lo formula con crudeza: «Si el sufrimiento realmente diera lecciones, el mundo estaría poblado solo de sabios. El dolor no tiene nada que enseñar a quienes no encuentran el coraje y la fuerza para escucharlo». Aunque la autenticidad de esta cita sigue siendo incierta, su contenido resuena profundamente con otra imagen provocadora de Friedrich Nietzsche: «¿Acaso la sabiduría aparece en la tierra como un cuervo al que atrae el tenue olor de la carroña?» (Nietzsche, 2007, p. 31).
Ambas frases desafían nuestra comprensión común del vínculo entre dolor y comprensión. Sugieren que el sufrimiento, por sí solo, no transforma; que se requiere algo más. Nietzsche y Freud, cada uno desde su horizonte intelectual, coinciden en que la sabiduría nacida del dolor no se alcanza de forma automática: exige fortaleza, decisión y el valor de enfrentar la podredumbre, sea cultural, psíquica o existencial. Este artículo explora cómo ambos pensadores plantean que el sufrimiento puede convertirse en fuente de conocimiento, pero solo cuando se lo confronta desde una posición de vitalidad y lucidez.
El cuervo de Nietzsche y la decadencia de la filosofía
En El ocaso de los ídolos, Nietzsche inicia el capítulo “El problema de Sócrates” señalando un inquietante consenso: los filósofos de diversas épocas han considerado la vida como algo insatisfactorio o incluso dañino. Hasta Sócrates, con sus últimas palabras —“Le debo un gallo a Esculapio”— parece sugerir que vivir fue una enfermedad y morir, una cura. Tradicionalmente, esta declaración fue interpretada como prueba de sabiduría. Nietzsche, sin embargo, invierte su lectura: «¡Aquí debe haber alguna enfermedad!» (Nietzsche, 2007, p. 30).
Nietzsche condensa su crítica a la filosofía clásica en una imagen altamente corrosiva: «¿Acaso la sabiduría aparece en la tierra como un cuervo al que atrae el tenue olor de la carroña?» (p. 31). La metáfora es brutal: lo que solemos llamar sabiduría podría no ser fruto de la claridad ni de la verdad, sino producto de la decadencia, de una atracción instintiva hacia lo putrefacto. La filosofía, entonces, dejaría de ser noble y se convertiría en síntoma de declive fisiológico y cultural. Para Nietzsche, muchos sabios no eran portadores de verdad, sino ejemplos de una vida en retirada, que respondía al sufrimiento con negación en lugar de afirmación.
El uso del olfato en Ecce Homo —«mi genialidad está en mis narices» (Nietzsche, 2007b, p. 132)— introduce además una sabiduría instintiva, diagnóstica:
«Fui el primero en descubrir la verdad porque fui el primero en ver —en oler— las mentiras tal como son... Mi genialidad está en mis narices...»
Oler la descomposición permite detectar lo que la razón niega: que no toda filosofía surge de la salud. Algunas, de hecho, son máscaras del agotamiento.
La apuesta dionisíaca: enfrentar la oscuridad desde la vida
Frente a la “sabiduría” nacida de la negación, Nietzsche propone una alternativa radical: la afirmación incondicional de la vida, incluso en sus aspectos más oscuros. Esta idea recorre Así habló Zaratustra, donde el protagonista, tras años de soledad, desciende al mundo para transmitir una nueva enseñanza. No huye de la decadencia del mundo moderno; entra en ella para transformarla. Como el cuervo, busca alimento en lo que otros consideran desecho. Pero no lo hace por morbidez, sino por un exceso de vitalidad.
Esta apuesta se repite en El nacimiento de la tragedia, particularmente en el prólogo autocrítico, donde Nietzsche se pregunta si, en lugar de ser fruto de la decadencia, la tragedia griega no fue expresión de una vitalidad exuberante (Nietzsche, 2003, p. 15).
A su vez, cuestiona si el optimismo racional de la modernidad no será en realidad síntoma de agotamiento. Nietzsche colapsa así la dicotomía entre pesimismo y debilidad: a veces, solo las culturas más fuertes se atreven a mirar al abismo.
Zaratustra no desciende porque esté vencido, sino porque está dispuesto a transfigurar el dolor en sabiduría. La suya es una afirmación activa. Nietzsche nos muestra que la sabiduría no se alcanza ocultando la podredumbre, sino digiriéndola, convirtiéndola en energía vital. Esta es la diferencia entre la decadencia resignada y el poder creador.
Freud y el valor de escuchar el dolor
Este modelo nietzscheano encuentra un eco inesperado en el proyecto freudiano. La frase atribuida a Freud —«El dolor no tiene nada que enseñar a quienes no encuentran el coraje y la fuerza para escucharlo»— plantea que el sufrimiento, lejos de ser maestro automático, requiere una actitud activa de escucha y enfrentamiento. En la teoría del psicoanálisis, el inconsciente guarda traumas y deseos reprimidos que solo pueden aflorar si se les da espacio en la conciencia. El proceso analítico exige que el paciente mire de frente lo que ha evitado. Sin esa valentía, el sufrimiento permanece mudo.
En El malestar en la cultura, Freud (2008) reconoce que la represión es el precio que pagamos por la civilización. Sin embargo, lo reprimido retorna disfrazado, provocando síntomas neuróticos. La cura implica traer ese contenido a la luz, lo cual duele, pero libera. Como Zaratustra, debe entrar en el mundo del malestar, de lo reprimido, del sufrimiento. Y debe hacerlo desde una posición que no se derrumbe ante lo que encuentra.
Escuchar el dolor implica resistencia, atención y la capacidad de soportar tensiones internas. Aunque el método sea científico, el proceso psicoanalítico comparte con Nietzsche una exigencia vital: la verdad no se alcanza huyendo del sufrimiento, sino enfrentándolo con inteligencia y coraje.
Conclusión
Nietzsche y Freud, pese a sus diferencias, coinciden en un punto esencial: el sufrimiento no enseña por sí solo. Puede ser el umbral de una transformación, pero solo si se lo atraviesa con fuerza. El cuervo nietzscheano, que sobrevuela la carroña, no es símbolo de morbidez, sino de un tipo de vitalidad capaz de encontrar sustento donde otros solo ven ruina. El paciente de Freud, guiado por su terapeuta, también debe descender a las zonas oscuras de su ser para convertir el dolor en autoconocimiento.
Ninguno de los dos glorifica el sufrimiento. Ambos insisten en que lo decisivo es cómo se lo enfrenta. La sabiduría, en esta visión compartida, no es una consecuencia pasiva de la experiencia, sino una conquista activa, obtenida al mirar de frente lo que más duele.
Referencias
Freud, S. (2008). El malestar en la cultura (L. López-Ballesteros y de Torres, Trad.). Alianza Editorial.
Nietzsche, F. (2003). El nacimiento de la tragedia / El caso Wagner (A. Sánchez Pascual, Trad.). Alianza Editorial.
Nietzsche, F. (2007). El ocaso de los ídolos (J. L. Vermal, Trad.). Ediciones Cátedra
Nietzsche, F. (2007b). Ecce homo: Cómo se llega a ser lo que se es (A. Sánchez Pascual, Trad.). Alianza Editorial.
Nietzsche, F. (2015). Así habló Zaratustra (A. Sánchez Pascual, Trad.). Alianza Editorial.
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