La apariencia y sus dobles: Nietzsche, Platón y Derrida sobre la Representación de Segundo Orden
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Espejo infinito. AI art |
¿Qué significa que algo sea una copia de la copia, una ilusión de la ilusión o un signo del signo? El pensamiento occidental ha lidiado durante siglos con las implicaciones de la representación una vez que esta se desvincula de su supuesto origen. Esta ansiedad filosófica se intensifica cuando la representación se repliega sobre sí misma, generando una imagen o un signo de segundo orden.
Platón condenó con fuerza estos desplazamientos respecto a la verdad, considerándolos degenerativos. Friedrich Nietzsche, por el contrario, afirmó la ilusión de segundo orden como redentora y necesaria para la vida. Jacques Derrida, mediante su análisis deconstructivo, cuestionó la misma estructura que presupone un origen y trata los signos secundarios como derivados.
Este artículo examina tres conceptos clave—la copia de la copia en Platón, la apariencia de la apariencia en Nietzsche, y el significante del significante en Derrida—para explorar cómo cada pensador se enfrenta a la mediación, la artificiosidad y la (im)posibilidad de la verdad.
Platón: Copia de la copia y la caída desde la verdad
En la metafísica platónica, la realidad se estructura jerárquicamente. En la cima se encuentran las Formas eternas: arquetipos ideales e inmateriales de todas las cosas. Los objetos físicos del mundo sensible son meras imitaciones de estas Formas. Las representaciones artísticas—como la pintura o la poesía—no hacen más que imitar estas imitaciones, y por tanto están doblemente alejadas de la verdad. De ahí que Platón considere el arte como una forma de engaño.
En el Libro X de la República, Sócrates sostiene que el arte no transmite conocimiento, sino que refuerza las apariencias y fomenta los apetitos irracionales:
“Entonces debemos excluir las artes que se basan en la imitación; pues no tienen ningún valor serio” (Platón, 1992, p. 283, 600e).
Desde esta perspectiva, las representaciones de segundo orden nos seducen y nos alejan de la realidad. Cuanto más alejado se encuentra algo de las Formas, menos peso ontológico posee. Para Platón, el arte no solo es frívolo; es epistemológica y moralmente peligroso.
Nietzsche: Apariencia de la apariencia y el velo necesario
La obra de Nietzsche El nacimiento de la tragedia ofrece una inversión radical de la desconfianza platónica hacia la ilusión. En lugar de considerar la artificiosidad como degradación, Nietzsche la ve como condición indispensable para soportar la existencia. En el corazón del ser no hay una Forma eterna, sino una Unidad Primordial caótica y sufriente. La realidad empírica misma ya es una ilusión.
El arte añade una segunda capa, una ilusión consciente sobre una ilusión inconsciente. Esta es la “apariencia de la apariencia”, asociada con el artista ingenuo. En una metáfora evocadora, Nietzsche compara al artista con un soñador que, aun sabiendo que sueña, elige seguir soñando:
“Debemos considerar el sueño como una apariencia de la apariencia... una gratificación aún más elevada del deseo primordial de apariencia” (Nietzsche, 1872/1999, p. 39).
Esta “apariencia de la apariencia” se corresponde con la dimensión apolínea del arte, que traduce el caos dionisíaco en formas bellas e inteligibles. El artista ingenuo, ejemplificado por Homero o Rafael, no engaña: salva la existencia mediante la ilusión. Nietzsche transforma así la jerarquía de Platón en una dinámica de sublimación: el arte no desciende desde la realidad, sino que la eleva hacia una ilusión vital.
Derrida: Significante del significante y la deconstrucción del origen
La crítica de Derrida a la representación desestabiliza aún más la oposición metafísica entre el original y la copia. En De la gramatología, Derrida dirige su atención al logocentrismo: la creencia en un origen autosuficiente del significado, tradicionalmente asociado al habla. La escritura ha sido considerada como derivada, como un significante del significante, dos veces alejada del significado original.
Pero Derrida rechaza la idea de que haya un origen puro. Todo signo está ya marcado por la traza (trace), por la ausencia y la diferencia. No existe ningún significante final que escape al juego de los significantes. Como Derrida afirma, el significante no remite jamás a una presencia plena; no hay significante último que escape a este juego (Derrida, 1967/1976, p. 50).
Esta afirmación no solo desacredita la idea de una verdad presente detrás del lenguaje, sino que revela que la representación es siempre constitutiva, nunca meramente secundaria. Lo que se había considerado una caída desde la presencia (la escritura) resulta ser la condición de posibilidad de todo significado. El significante del significante no es una debilidad, sino una revelación: demuestra que el sentido siempre es producido, nunca dado.
Síntesis Comparativa: Tres destinos del segundo orden
La tensión entre representación de primer y segundo orden revela los diferentes compromisos ontológicos de Platón, Nietzsche y Derrida.
Tabla 1: Estado ontológico y función de la representación de segundo orden en Platón, Nietzsche y Derrida
Pensador |
Representación de Segundo Orden |
Estatus Ontológico |
Función |
Platón |
Copia de la copia |
Ilusión degenerativa |
Aleja de la verdad |
Nietzsche |
Apariencia de la apariencia |
Ilusión afirmativa |
Redime la vida mediante la belleza |
Derrida |
Significante del significante |
Traza estructural |
Expone la ausencia de fundamento |
Donde Platón ve peligro, Nietzsche encuentra salvación estética. Donde ambos suponen algún tipo de origen—sea una Forma ideal o un caos primordial—Derrida demuestra que esos orígenes están siempre ya mediados. Lo que Platón trata como decadencia, y Nietzsche como transfiguración, Derrida lo interpreta como la condición misma del significado.
Conclusión
El concepto de “representación de segundo orden”—ya sea como copia de la copia, apariencia de la apariencia o significante del significante—expone las fracturas fundamentales de la metafísica occidental. Platón intenta custodiar la frontera entre verdad e ilusión. Nietzsche afirma la necesidad de la ilusión para poder afirmar la vida. Derrida desmantela esa frontera, mostrando que la representación nunca es secundaria, porque nunca hubo una presencia no mediada desde la cual caer.
Desde esta perspectiva, lo que antes se entendía como una caída desde la verdad podría ser, en realidad, el único espacio donde pueden tomar forma el pensamiento, el arte y el significado—precisamente a través del diferimiento y la diferencia que Derrida denomina différance.
Referencias
Derrida, J. (1976). De la gramatología (G. C. Spivak, trad.). Johns Hopkins University Press. (Obra original publicada en 1967)
Nietzsche, F. (1999). El nacimiento de la tragedia (D. Smith, trad.). Oxford University Press. (Obra original publicada en 1872)
Platón. (1992). La República (G. M. A. Grube & C. D. C. Reeve, trad.). Hackett Publishing. (Obra original ca. 380 a.C.)
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