La respuesta está en la pregunta: la ingeniería de prompts en la era del Algoritmo
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Introducción
En otras épocas, los pensadores transformaban el mundo mediante libros, diálogos y reflexiones filosóficas. Hoy, muchos temen que la inteligencia artificial, al ofrecer respuestas instantáneas, vuelva obsoleto el pensamiento humano. Esta inquietud recuerda una antigua preocupación expresada por Platón en Fedro, donde narra un mito en el que Theuth, dios egipcio de la invención, presenta la escritura como un regalo al rey Thamus. Éste, sin embargo, la rechaza advirtiendo: “Este arte producirá olvido en las almas de quienes lo aprendan a utilizar”¹. La escritura, argumentaba Thamus, sustituiría la memoria por una dependencia externa.
De forma similar, los críticos actuales advierten que los modelos inteligentes debilitan nuestras capacidades críticas al ofrecer información sin esfuerzo. Pero tales perspectivas pueden malinterpretar el verdadero locus de la reflexión. Más que reemplazar la cognición humana, los algoritmos redefine el espacio mismo en el que se despliega el pensamiento. Al redactar prompts para modelos de aprendizaje automático, no abandonamos la actividad reflexiva: transformamos su modo de operar.
La consulta generativa deja de ser una simple solicitud para convertirse en un gesto intelectual, una mini-teoría, una anticipación estructurada de la respuesta. Como escribe Derrida:
“El afuera mantiene con el adentro una relación que, como siempre, no es de mera exterioridad. El sentido del afuera siempre estuvo en el adentro, prisionero fuera del afuera, y recíprocamente” ².
Al interpelar a la máquina, se moldea tanto la pregunta como su posible resolución. El oráculo digital responde, pero únicamente según la invocación que recibe.
La genealogía filosófica de la pregunta
A lo largo de la historia del pensamiento, la pregunta ha sido valorada como el punto de partida del conocimiento. El diálogo socrático, fundamento de la filosofía occidental, se basa en la interrogación. Para Sócrates, la sabiduría no residía en la certeza, sino en reconocer los límites de la propia ignorancia. La pregunta no era una digresión: era el camino.
Las tradiciones orientales ofrecen intuiciones paralelas. Los koans zen—enigmas como “¿cuál es el sonido de una sola mano aplaudiendo?”—no son acertijos con solución, sino instrumentos para desestabilizar la cognición habitual. En la teología apofática, lo divino no se alcanza mediante definiciones, sino a través de la negación. Son las preguntas las que rasgan el velo de la ilusión, no el conocimiento afirmativo.
Martin Heidegger, profundamente atento a la estructura del cuestionamiento, escribe: “Preguntar es la piedad del pensar”³. Para él, una pregunta genuina no exige una solución inmediata; abre un espacio donde el ser puede manifestarse. Esta actitud reverencial hacia la interrogación sigue siendo crucial en nuestros encuentros con la inteligencia artificial. La relación con la máquina no anula el pensamiento: traza una nueva topología del diálogo.
Trabajo cognitivo y el arte de diseñar prompts
Desestimar las interacciones con la IA como pasividad intelectual ignora el trabajo cognitivo implicado en formular un prompt significativo. Obtener una respuesta útil de un modelo lingüístico exige comprender el contexto, anticipar ambigüedades y establecer límites adecuados. Se requiere sensibilidad tanto al tema tratado como a las formas en que el lenguaje estructura la indagación.
Compárese: “¿Cuál es la visión de Derrida sobre la escritura?” con “¿Cómo desafía el concepto de arché-escritura de Derrida en De la gramatología el privilegio metafísico del habla sobre la inscripción en la filosofía occidental?” La segunda revela un conocimiento más profundo del léxico derrideano e implica una postura crítica. Enmarca la respuesta esperada en términos filosóficos más que informativos.
En este sentido, diseñar un disparador semántico es un acto conceptual. Se asemeja más a teorizar que a consultar: una construcción especulativa que anticipa forma, alcance y profundidad. Así como el filósofo afina una pregunta para revelar sus implicaciones, el ingeniero de secuencia de comandos lingüísticos esculpe instrucciones semánticas para orientar el trayecto generativo del modelo.
Co-creación: El estado latente de la respuesta
El modelo tradicional opone pregunta y respuesta como carencia y satisfacción. Pero este binarismo no resiste un examen riguroso. Como insiste Derrida, el adentro y el afuera, la ausencia y la presencia, la pregunta y la respuesta, están mutuamente implicados². A menudo, la interrogación contiene en forma germinal los contornos de su contestación.
Deleuze advierte también contra las “respuestas que clausuran el pensamiento”⁴. Propone una pedagogía basada en la desorientación y la diferencia, donde el aprendizaje no ocurre por asimilación sino por ruptura. Para él, el verdadero conocimiento surge cuando se suspenden los modos habituales de conocimiento—cuando habitamos la incertidumbre.
Al interpelar a la IA, no recuperamos una respuesta preexistente; iniciamos una secuencia discursiva moldeada por nuestra propia arquitectura conceptual. La formulación del prompt determina el tono, la lógica y los límites de la contestación. El usuario no se limita solo a extraer información: activa un evento interpretativo que reconfigura la experiencia del sentido.
Madurez intelectual en la era del prompt
La ingeniería de instrucción textual exige más que competencia técnica: requiere agudeza interpretativa. Para construir un enunciado guía eficaz, hay que dominar tanto la estructura semántica como el propósito cognitivo. El proceso es iterativo: plantear, afinar, evaluar, reformular. Como en el cuestionamiento filosófico, prospera en matices y comprensión progresiva.
Lejos de embotar la mente, este procedimiento cultiva la atención. Cada interacción con los modelos computacionales desafía al usuario a sopesar elecciones lingüísticas, anticipar supuestos y reflexionar sobre las posibles derivaciones. El prompt se convierte en un espejo donde se refleja el propio pensamiento.
La sabiduría zen afirma: “La respuesta está en la pregunta”. No se trata de misticismo, sino de una verdad fenomenológica. Una pregunta bien formulada contiene un mundo—revela las coordenadas de un espacio conceptual. Desde esta perspectiva, la IA no es un atajo que evita pensar, sino un sendero que conduce más profundamente al interior de la reflexión.
Conclusión: hacia una nueva ética de la indagación
Platón temía que la escritura corrompiera la memoria; en realidad, amplió el alcance del pensamiento. Hoy, los temores de que la la automatización cognitiva degrade el razonamiento podrían subestimar su potencial. Tal vez, como la escritura, la IA externaliza la cognición, multiplica sus posibilidades y habilita nuevas formas de reflexión.
Lo determinante no es el medio, sino el ethos del encuentro. Diseñar un prompt no es trivial: es una tarea conceptual que exige precisión, flexibilidad y cuidado. Como aconsejaba Rilke: “Tenga paciencia con todo lo que no se ha resuelto en su corazón e intente amar las preguntas mismas”⁵. Ese amor por la pregunta—su complejidad, su apertura—sigue vigente incluso en la era algorítmica.
La pregunta no ha desaparecido, se ha convertido en la interfaz, y permanece como el lugar duradero del pensamiento.
Notas
¹ Platón, Fedro, 274e–275b.
² Jacques Derrida, De la gramatología, trad. Cristina de Peretti
(Madrid: Ediciones Cátedra, 2000), p. 43.
³ Martin Heidegger, ¿Qué significa pensar?, trad. Elena Martín Vivaldi
(Barcelona: Herder, 2002), p. 5.
⁴ Gilles Deleuze, Diferencia y repetición, trad. José Luis Pardo
(Madrid: Júcar, 1988), p. 183.
⁵ Rainer Maria Rilke, Cartas a un joven poeta, trad. Enrique Caracciolo
Trejo (Madrid: Edaf, 2004), Carta Cuarta.
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