Homero no puede ser Aquiles: Nietzsche sobre el arte, la distancia y el autoengaño
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Achilles y Nietzsche. Estilo arcaico griego. AI-art |
Friedrich Nietzsche fue, ante todo, un pensador de tensiones. Ninguna le resultó más inquietante que aquella que se gesta entre el arte y la verdad. Para él, la creación artística representa una potencia vital, capaz de transformar el sufrimiento en forma, el caos en símbolo. Sin embargo, ese mismo poder contiene una amenaza latente: el artista, al entregarse plenamente a la invención, corre el riesgo de confundirse con su obra, creyendo en las ficciones que él mismo ha forjado. En su reflexión sobre la figura del creador moderno, Nietzsche advierte sobre el peligro del autoengaño estético: cuando la invención se toma por realidad, el artista deja de fingir para convertirse en creyente.
Este artículo explora esa tensión fundamental en la estética nietzscheana. A partir de cinco momentos clave de su pensamiento, examinaremos cómo la voluntad artística puede volverse contra sí misma, deviniendo dogma, mito personal y, en última instancia, forma de ceguera.
Ficción convertida en dogma
En su crítica a la figura del artista moderno, Nietzsche señala una peligrosa inclinación: el tránsito del fingimiento consciente a la creencia inconsciente. El creador, en su afán de dar forma al mundo, puede terminar prisionero de sus propios símbolos. La invención estética, al presentarse como verdad revelada, pierde su carácter lúdico y se vuelve solemne. En palabras del filósofo:
“El artista tiene que mentir conscientemente, si no, ya no es artista sino creyente.” (Más allá del bien y del mal, §192)
Esta advertencia se dirige a quienes, como Wagner, han elevado la obra de arte a la categoría de redención. El peligro, según Nietzsche, no reside en la mentira artística como tal —pues toda creación implica una forma de fingimiento— sino en olvidar que se miente. El arte deviene entonces religión; el artista, un sacerdote de su propio culto. Y lo que comenzó como una forma de vitalidad simbólica, se fosiliza en dogma. Así, la obra deja de ser un juego de máscaras y se convierte en espejo deformante del ego.
Homero y Aquiles: la distancia necesaria
Esta problemática se vincula con otro fenómeno esencial para Nietzsche: la distancia entre el creador y su creación. A través del ejemplo de Homero y Aquiles, Nietzsche sugiere que la representación artística solo es posible si el autor no está absorbido por la vivencia. En otras palabras, Aquiles pudo ser forjado por Homero solo “a condición de no haberlo vivido” [1].
El arte requiere una separación estética, una brecha entre la experiencia y su transfiguración. Si el poeta se confunde con su personaje, si no hay distanciamiento, entonces desaparece la posibilidad de sublimación. El fenómeno de la autoficción, tan presente en la modernidad, se vuelve en Nietzsche un síntoma de extravío. No es el dolor vivido el que se convierte en belleza, sino la forma, el arte de narrar desde la orilla, lo que genera sentido. Como él mismo afirma en El nacimiento de la tragedia:
“Sólo como fenómeno estético están justificadas la existencia y el mundo.” (§5)
Voluntad de poder vs. voluntad de verdad
En el centro de este conflicto subyace una confrontación más profunda: la que se da entre dos fuerzas fundamentales del espíritu humano. Por un lado, la voluntad de poder (Wille zur Macht), entendida como afirmación creadora, impulso de transformación, capacidad de dar sentido. Por otro, la voluntad de verdad (Wille zur Wahrheit), deseo de certeza, necesidad de establecer un criterio objetivo incluso cuando destruye la ilusión vital.
Nietzsche identifica esta lucha no solo en los artistas, sino también en los filósofos. Él mismo, en su tarea de desmitificar, se reconoce a menudo desgarrado entre ambas tendencias. En La genealogía de la moral, confiesa:
“Queríamos la verdad... y ¡ay!, encontramos que también la verdad miente.”
En este contexto, el arte puede ser una forma de voluntad de poder, pero sólo si conserva su carácter travieso, su consciencia de ficción. Cuando se convierte en medio para imponer verdades absolutas, traiciona su esencia vital.
Wagner y la trampa del genio
La relación de Nietzsche con Richard Wagner encarna de forma ejemplar este proceso de autoengaño. Durante años, el filósofo se dejó seducir por el poder simbólico del compositor alemán. En retrospectiva, reconoce que en momentos de vulnerabilidad emocional se entregó con fe casi ciega a aquello que, visto con distancia, no merecía tal devoción: la música de Wagner, la tragedia griega, la metafísica alemana. En Humano, demasiado humano, lo admite con franqueza:
“Tuve que cerrar los ojos a sabiendas, como un arte de la supervivencia.”
Esta confesión se vuelve más aguda en El caso Wagner, donde ironiza:
“¿Qué se ama en Wagner? Que se cree profundo… y que lo parece. – Quien no sabe ayudarse, está agradecido al que parece profundo.” (§1)
Nietzsche descubre así en su propia biografía la mecánica del autoengaño estético. No se trata solo de denunciar a Wagner, sino de reconocer en sí mismo el peligro del artista que se embriaga con su propia retórica.
Zaratustra y la purificación del arte
El conflicto culmina en Así habló Zaratustra, donde Nietzsche encarna al filósofo que se disfraza de poeta para luego desprenderse de esa máscara. En el capítulo “De los poetas”, Zaratustra confiesa su desencanto con la figura del creador embriagado por sus propios símbolos:
“Poetas mentirosos somos todos.”
Pero el verdadero punto de inflexión llega hacia el final, cuando Zaratustra declara:
“¡Todos los dioses están muertos: ahora queremos que viva el superhombre!”
Este verso, casi final, funciona como una profecía ascética. No se trata de una negación del arte, sino de su purificación. El arte ya no puede seguir siendo sustituto de la religión ni refugio frente a la verdad. Debe despojarse de su dimensión redentora y recuperar su potencia afirmativa. En lugar de consolar, debe enseñar a danzar sobre el abismo.
Conclusión
En Nietzsche, el arte es al mismo tiempo salvación y amenaza. Su poder reside en la creación de formas, pero ese poder se vuelve peligroso cuando el artista olvida que está fingiendo. El creador que se cree genio, el poeta que se confunde con su personaje, termina prisionero de su propia invención. El verdadero desafío consiste en mantener la distancia, en sostener la ficción sin convertirla en dogma.
Nietzsche, con su estilo provocador y su aguda lucidez, se expone también a este dilema. Su crítica a Wagner, su desencanto con la poesía y su apuesta final por el superhombre no son renuncias al arte, sino intentos de liberarlo del peso de la mentira solemne. El arte, para seguir siendo vital, debe recordar que es juego, máscara, danza... y nunca verdad revelada.
1. Nietzsche, Friedrich. Ilusión y verdad del arte. Selección, traducción y prólogo de Miguel Catalán. Madrid: Casimiro Libros, 2013.
Referencias
- Nietzsche, Friedrich. Así habló Zaratustra. Trad. A. Sánchez Pascual. Alianza Editorial, 2005.
- ———. Más allá del bien y del mal. Trad. A. Sánchez Pascual. Alianza Editorial, 2004.
- ———. El caso Wagner. Trad. A. Sánchez Pascual. Alianza Editorial, 2004.
- ———. Humano, demasiado humano. Trad. C. Gerhard. Edaf, 2006.
- ———. El nacimiento de la tragedia. Trad. A. Sánchez Pascual. Alianza Editorial, 2005.
- ———. La genealogía de la moral. Trad. G. Cano. Trotta, 2007.
- Wilde, Oscar. La decadencia de la mentira. Valdemar, 2006.
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