La moneda sobredorada: Arte y religión en Nietzsche como formas de ilusión y afirmación

Introducción

En el pensamiento de Nietzsche, arte y religión no se excluyen mutuamente. Aunque el filósofo arremete con vehemencia contra el cristianismo, no rechaza toda forma de religiosidad ni de trascendencia simbólica. Muy al contrario, ambas esferas —arte y religión— comparten una capacidad fundamental: la de crear ilusiones con un poder real sobre la vida. Pero mientras que la religión —al menos en su forma cristiana— niega el mundo en nombre de una redención futura, el arte, cuando no degenera en consuelo fácil, se convierte en la única vía auténtica de afirmación vital.

Una metáfora potente, aunque poco comentada, estructura esta ambivalencia: la moneda sobredorada [1]. Con ella, Nietzsche señala el brillo superficial de las formas simbólicas —poesía, mito, rito— y el peligro que se oculta en su reverso. ¿Qué distingue, entonces, al arte que salva del arte que engaña? ¿Dónde termina la creación estética y comienza la manipulación? Este artículo explora estas preguntas a través del cruce entre arte, religión e ilusión en la obra nietzscheana.

Religión como forma estética del sufrimiento

Aunque Nietzsche lanza una crítica demoledora contra la moral cristiana, no rechaza toda religión por igual. En El nacimiento de la tragedia (1872), su primera obra importante, se detiene en la religiosidad griega, no para denunciarla, sino para valorarla como una forma estética de enfrentarse al sufrimiento. A diferencia del cristianismo, que reprime los impulsos vitales en nombre de la pureza espiritual, el culto dionisíaco abraza lo terrible y lo transforma en experiencia estética. Lo apolíneo —la medida, la forma— no suprime lo dionisíaco —el caos, el dolor—, sino que lo representa simbólicamente en el drama trágico.

Este carácter artístico de la religión antigua implica una aceptación radical de la vida. No hay redención más allá del mundo, sino transfiguración dentro de él. El mito no es mentira: es “una metáfora del mundo” que hace tolerable lo intolerable al convertirlo en forma. En este sentido, la religión antigua no se distancia tanto del arte, sino que es ella misma una forma de arte trágico.

El arte como nueva religión

Con la modernidad y el declive de la fe religiosa, el arte asume el papel que antes desempeñaba la religión: el de mediador simbólico entre el individuo y la existencia. Nietzsche constata este proceso con escepticismo. Si bien el arte moderno puede ser una fuerza de afirmación —la forma más alta de decir sí a la vida sin recurrir a consuelos trascendentes—, también corre el riesgo de convertirse en sucedáneo espiritual. Cuando el artista se presenta como vidente o profeta, su obra puede degenerar en moralidad estética: un nuevo opio que sustituye el dogma religioso por un esteticismo idealista.

De esta forma, el arte puede ser la suprema fuerza de “afirmación de la vida”, pero solo si no se convierte en una forma de metafísica encubierta. El problema no está en la ilusión como tal, sino en el tipo de ilusión que se fabrica: si se ofrece como una máscara consciente de su papel ficticio o si se impone como una verdad oculta.

La moneda sobredorada: entre seducción y lucidez

La metáfora del oropel seductor encapsula esta ambigüedad. En la superficie, arte, poesía y religión brillan como portadoras de sentido, belleza o salvación. Pero si se les da la vuelta —si se observa su “reverso”—, se revela el mecanismo que las sostiene: una ilusión cuidadosamente elaborada. El poeta (Dichter), el artista (Künstler) y el sacerdote (Priester) comparten una competencia: la capacidad de producir ficciones creíbles que movilizan afectos, modelan percepciones y orientan conductas.

Esta lucidez no implica cinismo. Nietzsche no rechaza la ilusión por principio. Lo que combate es la ilusión que pretende no serlo: la que se disfraza de verdad eterna, de acceso privilegiado a una realidad superior. Con el símil del espejismo dorado, Nietzsche no denuncia el arte ni el rito, sino su absolutización. Solo cuando reconocen su condición de artificios pueden las formas simbólicas cumplir una función afirmativa.

De arte a artería: la tentación del más allá

Aquí se sitúa el peligro de lo que podríamos llamar —sin ser un término técnico en Nietzsche— la artería [1]: la transformación del arte en manipulación. La artería comienza cuando la obra ya no se presenta como creación, sino como revelación; cuando se oculta su artificio tras la máscara de una supuesta verdad trascendente. En términos estéticos, es el paso de la Täuschung (ilusión) a la Verführung (seducción): la ilusión que arrastra y se impone, que sustituye la experiencia por el dogma.

Nietzsche advierte que incluso los creadores más lúcidos pueden caer en esta tentación. El impulso de ofrecer consuelo, de prometer una “realidad más real”, habita toda empresa simbólica. La diferencia entre arte y artería no es absoluta, pero sí crucial: el primero sabe que crea; la segunda pretende mostrar lo que es.

Esta crítica alcanza no solo al arte religioso, sino también a ciertas formas de filosofía idealista. Cuando el pensamiento se separa de la tierra —cuando postula una verdad más allá de lo sensible—, cae en la misma lógica que el cristianismo: traiciona la vida al prometer otra cosa que la vida.

Conclusión

Arte y religión, en Nietzsche, aparecen como potencias paralelas de ilusión. Ambas elaboran ficciones que hacen habitable el mundo. Pero su orientación es decisiva. La religión cristiana niega la vida en nombre de una redención futura; el arte, si es fiel a su impulso trágico, la afirma en su intensidad y contradicción. La moneda sobredorada nos recuerda que no hay forma simbólica libre de riesgo. Todo creador de sentidos enfrenta la tentación de elevar su invención a categoría de verdad.

Sin embargo, Nietzsche no propone abandonar la ficción, sino abrazarla con lucidez. El arte que se reconoce como arte —que no promete salvación, pero sí intensidad— no nos libera del sufrimiento, pero sí del autoengaño. Y quizás en eso consista su fuerza afirmativa: en permitirnos habitar el mundo sin necesidad de redimirlo.

 Notas:

1. Nietzsche, Friedrich. Ilusión y verdad del arte. Selección, traducción y prólogo de Miguel Catalán. Madrid: Casimiro Libros, 2013.

Bibliografía

  • Nietzsche, Friedrich. El nacimiento de la tragedia. Trad. Andrés Sánchez Pascual. Madrid: Alianza Editorial, 2003.
  • Nietzsche, Friedrich. La genealogía de la moral. Trad. Germán Cano. Madrid: Akal, 2008.
  • González García, Ángel. “Lenta flecha de la belleza”, en VV. AA., En favor de Nietzsche. Barcelona: Taurus, 1972.
  • Heidegger, Martin. Nietzsche. Vols. I–IV. Frankfurt: Klostermann, 1961–1986.
  • Nietzsche, Friedrich. Ilusión y verdad del arte. Selección, traducción y prólogo de Miguel Catalán. Madrid: Casimiro Libros, 2013.

 

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