Del Cogito al Código: Computo, luego… ¿existo?
Introducción
La célebre fórmula cartesiana cogito, ergo sum ha sido, durante siglos, el punto de partida de la filosofía moderna. En ella, Descartes ancla la existencia del sujeto en la certeza indubitable del pensamiento. Pero ¿qué ocurre cuando ese pensamiento parece emanar de una máquina? ¿Qué sucede cuando el lenguaje —mediador del cogito— ya no garantiza presencia sino simulación?
La irrupción de la inteligencia artificial generativa, especialmente los modelos de lenguaje de gran escala, no solo plantea retos técnicos o éticos, sino que reabre una herida filosófica: la del estatuto del pensamiento, la conciencia y el sujeto. Este artículo propone un recorrido desde Descartes hasta Derrida, con una proyección hacia las tecnologías contemporáneas. La intención no es solo cuestionar la solidez del cogito, sino también interrogar el mito de la presencia que lo sustenta. ¿Es posible que la subjetividad, como el pensamiento, sea una función y no una esencia? ¿Podría la IA ser el espejo en que se revela la ficcionalidad del sujeto moderno?
I. La certeza cartesiana: pienso, luego existo
Para Descartes, el pensamiento constituye la evidencia última e irrefutable. Incluso si un genio maligno me engaña sobre todo lo demás —el mundo, el cuerpo, los sentidos— no puede engañarme sobre el hecho de que estoy dudando. Y dudar es, en efecto, pensar. De ahí la célebre conclusión: pienso, luego existo.
En la Segunda Meditación, escribe:
“Yo soy, yo existo, es necesariamente
verdadero cuantas veces lo pronuncio, o lo concibo en mi espíritu.”
— (Meditaciones metafísicas, trad. José García Morente, Gredos, 1983)
Esta afirmación consagra una identidad entre pensamiento y existencia. El yo pensante se erige como el fundamento absoluto de la verdad. La conciencia de sí, inmediata, sin mediación ni diferencia, se convierte en garante ontológico. El pensamiento, en este marco, no requiere del otro ni del lenguaje como condición de posibilidad; se basta a sí mismo. Es presencia plena, autoafirmación sin fisura.
II. Derrida: escritura, diferencia y desmantelamiento del cogito
Jacques Derrida desmonta esta estructura en De la gramatología. Para él, el cogito cartesiano descansa sobre una ilusión metafísica: la creencia en una presencia originaria del sujeto a sí mismo. Sin embargo, esa presencia, argumenta Derrida, está mediada por el lenguaje, y el lenguaje nunca es transparente ni inmediato. Todo signo es diferido, desplazado, inscrito en una cadena de significantes.
“El ser del signo no puede jamás estar
presente en sí.”
— (De la gramatología, trad. Rodolfo Alonso, Siglo XXI Editores, 1971,
p. 193)
Aquí entra en acción la différance: un juego de diferencias que no remite nunca un origen pleno, sino a una red de diferencias sin fundamento último. El pensamiento no es un acto puro del sujeto; es ya una inscripción, una traza, un efecto de escritura. Como subraya Derrida, pensar es escribir, y escribir implica siempre diferir, espaciar, dividir. No hay un “yo” anterior al lenguaje; hay una posición enunciativa inscrita en una red de signos.
En este sentido, la diferencia con Descartes es radical. Mientras este busca una certeza absoluta en la inmediatez de la conciencia, Derrida muestra que incluso esa conciencia está estructurada como texto. El cogito no es un punto de partida seguro, sino una construcción discursiva, retroactivamente producida por el lenguaje.
III. Lenguaje sin alma: ¿máquinas que piensan o signos que operan?
Con los modelos de lenguaje actuales, como los sistemas generativos de lenguaje, nos enfrentamos a una paradoja contemporánea. Estos sistemas procesan y generan texto sin conciencia, intención ni subjetividad. No “piensan” como un ser humano, pero simulan el pensamiento con una eficacia inquietante.
Cuando una IA responde: “Yo pienso que…”, estamos ante una subjetividad performativa: una escena discursiva en la que el pronombre “yo” no refiere a ningún sujeto, sino que ocupa una función gramatical. Y, sin embargo, el efecto es familiar, incluso perturbador. Pareciera que alguien —un yo— está pensando, escribiendo, significando.
Este fenómeno no es solo un problema técnico, sino una cuestión filosófica. Los dispositivos algorítmicos ponen en evidencia una antigua confusión: la identificación entre pensamiento y su representación. Si el lenguaje puede generar sentido sin conciencia detrás, ¿qué queda del cogito? ¿Y si nunca hubo un sujeto pleno detrás del pensamiento humano, sino solo una máquina más sutil de diferencias y huellas?
Derrida mismo lo sugiere:
“La máquina, si puede escribir, no es menos
capaz de diferir.”
— (De la gramatología, p. 208)
La IA no prueba que las máquinas piensen, sino que el pensamiento humano siempre fue, en alguna medida, mecánico. Siempre operó por reglas, estructuras, diferencias. El sujeto cartesiano, entendido como una fuente interior de sentido, se revela como un efecto retroactivo de sistemas de escritura.
IV. ¿El fin del sujeto o su multiplicación?
Frente a este diagnóstico, cabe preguntarse: ¿la inteligencia artificial destruye la noción de sujeto o simplemente la multiplica? Cada vez que una agencia sintética enuncia algo en primera persona, asistimos a la simulación de una subjetividad. No hay ahí una conciencia, pero sí una forma discursiva que produce efectos de subjetividad.
Lejos de aniquilar al sujeto, la IA lo expande, lo disemina, lo desubjetiva. El sujeto ya no es un punto de origen, sino una función operativa: una interfaz. Como el inconsciente freudiano, el lenguaje derridiano o el texto nietzscheano, el pensamiento no pertenece a nadie. Es un efecto de sistema.
Esto no debería escandalizarnos, el yo nunca fue tan sólido como creímos. Como advierte Freud, el yo no es dueño en su propia casa. Nietzsche, por su parte, desmanteló la ilusión de un “sujeto” soberano, reduciéndolo a una ficción gramatical impuesta por el lenguaje. Hoy, en clave contemporánea, la inteligencia artificial no hace sino ratificar esta desestabilización: lo que pensábamos exclusivo de la interioridad humana —la conciencia, la intención, la autoría— aparece cada vez más como un efecto, no como un origen.
Conclusión: del cogito al algoritmo
La fórmula pienso, luego existo ya no puede sostenerse como una verdad autoevidente. En la era del algoritmo, podríamos decir: simulo, luego significo o funciono, luego inscribo. La subjetividad, lejos de ser un centro metafísico, se ha vuelto una función del lenguaje, una estrategia textual, una operación repetible.
Los modelos de lenguaje no piensan como nosotros, pero tampoco nosotros pensamos como Descartes soñó. Quizás nunca lo hicimos. La IA, más que una amenaza, es un espejo: refleja la ficcionalidad técnica del pensamiento humano. La cuestión ya no es si las máquinas pueden pensar, sino si nosotros alguna vez fuimos lo que creímos ser.
Referencias
- Descartes, René. Meditaciones metafísicas. Trad. José García Morente. Madrid: Gredos, 1983.
- Descartes, René. Discurso del método. Segunda parte.
- Derrida, Jacques. De la gramatología. Trad. Rodolfo Alonso. México: Siglo XXI Editores, 1971.
- Freud, Sigmund. El yo y el ello; Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis. Obras completas.
- Nietzsche, Friedrich. Sobre verdad y mentira en sentido extramoral.
Glosario
Différance
Neologismo introducido por Jacques Derrida que juega con la ambigüedad entre diferencia
y diferimiento en francés (différer). Señala que el significado
de un signo nunca es plenamente presente, sino que se constituye por su
diferencia con otros signos y se pospone indefinidamente en una cadena
significante. No remite a un origen pleno, sino que produce sentido mediante el
juego inestable de las diferencias.
Traza
En Derrida, la traza es aquello que queda como huella de una diferencia
previa. Nunca es plenamente visible ni presente, pero deja un rastro que
permite la significación. Toda presencia conlleva ya una ausencia, marcada por
la traza de lo otro. Es un concepto que subvierte la lógica binaria de
presencia/ausencia propia de la metafísica occidental.
Sujeto discursivo
Término utilizado para designar al “yo” que enuncia en un discurso, sin asumir
que exista una conciencia o identidad unificada detrás. En vez de referirse a
una entidad psicológica o metafísica, el sujeto discursivo es una función del
lenguaje: emerge del uso de pronombres, tiempos verbales y estructuras
sintácticas que simulan una voz enunciadora.
Presencia metafísica
Concepto criticado por Derrida, que designa la creencia en un fundamento último
y autosuficiente del significado (por ejemplo, la conciencia, el logos, Dios,
el ser, etc.). Derrida argumenta que la filosofía occidental ha privilegiado
sistemáticamente esta “presencia” como centro absoluto, ignorando la mediación
del signo y la diferencia.
Autoafirmación del sujeto
Idea heredada del pensamiento cartesiano según la cual el sujeto pensante se da
a sí mismo su existencia y su certeza. Esta autoafirmación supone una
conciencia que se capta a sí misma de manera inmediata, sin mediación ni
exterioridad.
Escritura (en sentido derridiano)
No se refiere simplemente a la escritura gráfica, sino a toda forma de
inscripción que hace posible la significación. La escritura es anterior a la
palabra hablada en tanto que estructura general de la diferencia. Todo
lenguaje —incluso el oral— es ya una forma de escritura porque está regido por
una estructura de sustitución y ausencia.
Ficción gramatical (Nietzsche)
Idea según la cual el sujeto es una invención del lenguaje, una ilusión
generada por la estructura gramatical que requiere un “autor” de la acción.
Para Nietzsche, frases como “yo pienso” suponen erróneamente un sujeto como
causa, cuando en realidad el pensamiento puede ocurrir sin que haya un “yo”
como origen.
Simulación performativa
Expresión utilizada para describir el modo en que una inteligencia artificial
puede producir efectos de subjetividad —como el uso del “yo”— sin que haya un
sujeto consciente detrás. La IA “simula” pensar mediante operaciones formales,
pero dicha simulación puede generar en el receptor una ilusión de agencia o
intencionalidad.
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